70 años del voto
El próximo mes se cumplen 70 años desde que el Diario Oficial de la Federación otorgara el derecho de votar a las mujeres de México. Fue un proceso que, a decir de los expertos, se retrasó en nuestro país en comparación con otras naciones incluso de América Latina, como Brasil, Argentina y Chile.
La tradición pesaba más que la razón y los prejuicios en torno a la participación política de las mujeres eran muchos y de lo más variado. Se partía de ideas en torno al temor del resquebrajamiento del núcleo familiar o la influencia que el catolicismo podría tener sobre las mujeres a la hora de elegir por quién votar. El voto se logró en 1953, pero a pesar de que ya era un derecho establecido en la Constitución, muchas mujeres tardaron años en ejercerlo libremente sin tener que rendir cuentas al hombre de la familia que, por lo regular y en los primeros años, decidía por quién se votaba. En resumen, fue un proceso lento y complejo, con pasos en falso y discrepancias en las que no solo se incluyeron las sufragistas, sino también hombres que participaron en estos debates que finalmente concluyeron con una historia bien conocida. Sin embargo, no es la intención de estas líneas hacer un recuento de un proceso histórico por demás interesante en la historia de la democracia de nuestro país.
En estos días se ha mencionado con mucha algarabía que independientemente del partido, es un hecho que una mujer llegará por primera vez a la silla presidencial. Evidentemente éste es un gran logro que tiene su germen en esa conquista que se ganó en 1953; en 70 años hemos avanzado muchísimo, de eso no hay duda; me congratulo de ello.
Sin embargo, me pregunto: ¿cambiará eso la violencia, pobreza, desigualdad, discriminación, acoso y un largo etcétera que a diario vivimos las mujeres de nuestro país? Aunque la que estas líneas escribe ha sido sumamente afortunada por tener una carrera, un trabajo digno y no he experimentado casi ningún tipo de violencia, sé que ésta no es la misma suerte que corren miles de mujeres en nuestro país.
No se ha dejado de expresar en los últimos años que la realidad violenta de México pega doblemente a las mujeres. Que salimos con miedo y que, por ejemplo, desde una noche de fiesta hasta el trayecto a la escuela, podrían convertirse en peligrosas razones para perder la vida. A pesar de que nos compartan “otros datos”, a diario escuchamos casos de feminicidio a lo largo y ancho de todo el territorio nacional. Tampoco se ha dejado de señalar que México es uno de los países con mayor tasa de nacimientos en niñas y adolescentes; tan solo en este año se registró el nacimiento de 1 mil 437 bebés de madres menores de edad y en 63 casos las madres eran niñas entre los 10 y los 14 años de edad según el Inegi. Y qué decir de los tipos de violencia que se ejercen contra las mujeres en los ámbitos públicos y privados, incluyendo los espacios laborales donde, también hay que decirlo, todavía es difícil avanzar para muchas a pesar de su preparación y alto nivel de competencia. Y la lista es larga, podríamos seguir y seguir.
Sin duda México ha logrado avances significativos en la defensa de las mujeres y la igualdad de género, pero una cosa es lo que se ha estipulado en las leyes o dentro de las instituciones y otra muy diferente lo que pasa en la realidad, donde o no se implementan como deberían o la impunidad sigue reinando en los casos de violaciones a los derechos de las mujeres donde todavía hay un largo camino pendiente.
Entonces sí, qué alegría que vayamos a tener una mujer presidenta. De no poder votar ni ser votadas a llegar a la silla grande, ciertamente hay un abismo de diferencia. Sin embargo, el paquete que tendrá con el país es enorme, pero el que tendrá con las mujeres, es más.