Cierra puertas la librería André-a
En toda ciudad, centro urbano, mercado, universidad, núcleo de pensantes y comentaristas, diócesis; en todo nodo que agrupa política, economía y grupos sociales, se tiene una librería próxima y distinguida. En el caso de la vetusta Zacatecas está como un emblema de bibliofilia la librería André-a.
Quien lea este texto recordará qué libros compró y cuáles conoció allí. Traerá a colación a Martha o Esther o Andrea -incluso a Minerva Turriza- colaborando para localizar el objeto procurado. Quizá ahora le impacte por dónde va este texto: la librería André-a cierra su forma directa de venta. Sí, ese emblema de bibliofilia local pasa a otra etapa de su actividad.
André-a no es la librería más antigua de la ciudad (quizás lo sean Don Quijote -calle Fernando Villalpando, frente a la Cineteca-; o sea la Universitaria -calle López Velarde, frente a la empresa de cable con más quejas por sus servicios-).
Conocí André-a en 1986, entonces se llamaba La Piedra Angular, tenía su local en el callejón de Cuevas (el lugar ahora es un restaurante). Por cierto, el poeta Gerardo del Río atendía el lugar. En La Piedra compré libros de lo clásico de un estudiante. En una novela, Paco Taibo cita el lugar. La librería data su inicio en 1982.
En 1996 la empresa pasó al callejón Gómez Farías -antes, muy antes, era callejón de El Santero-, ahora con el nombre de André-a, homenaje a Breton y a Andrea, integrante de la familia que mantiene la empresa. Por las dimensiones del salón, ahí se realizaron presentaciones de libros, lecturas de texto y reuniones de quienes laboraban en torno al libro y las ideas.
Entonces el orden de los libros no era por color, editorial o simple alfabetización, era temática: derecho, narrativas, poesías, arte, autores, historia. Había mesas -parecidas a las del billar- con novedades, libreros para niños, sección de Zacatecas. Cuando llegaron los Cds, tuvieron su área. Las revistas y novedades de presunción estaban en el mostrador donde se atendía con intercambio de detalles. Hubo una temporada que los fines de semana permanecía abierta.
Luego se pasó al actual salón, en el 113, más abajo o antes de, según se baje o ascienda por calle Ignacio Hierro. El lugar ya había sido librería, una del FCE, patrocinada por una dependencia gubernamental. No recuerdo si le llamaron Dolores Castro o Ramón López Velarde.
André-a de siempre tuvo tres formas de cobro: apartado o en abonos, efectivo o tarjeta. En la primera iba uno seleccionaba el o los volúmenes y al no traer lo suficiente se apartaba con algún abono, se pagaba en partes y luego de cubrir el precio se entregaba lo seleccionado. Lo otro ya sabe: desde que el plástico se popularizó vía débito o crédito, la forma de pago pasó a que las transmisiones funcionaran y hubiese suficientes recursos o dentro del límite de crédito.
En fin, André-a cierra su local, tanto como ya lo hizo El Árbol. Ambas librerías se pondrán a vender en línea, en las ferias del libro y durante la presentación de ejemplares. Ellas anunciarán su ruta a seguir, mientras a mostrar simpatía por las libertades que contribuyen a forjar.
El Árbol es una librería especializada en libros usados y escurridizos, es decir, los libros que una vez publicados no circularon profusamente. Esta empresa registrada debidamente la atiende Alma Ríos. Es obvio referir: André-a y El Árbol además de echar hilos para la imaginación, tienen sus líneas en la historia de la cultura local, en consecuencia, son un referente no cerrado en la comunidad.
Posdata
La vida es eterna en cinco minutos: Víctor Jara.