Hemos visto hasta el cansancio cómo las democracias y sus promesas incumplidas en cuanto a transparencia, rendición de cuentas y bienestar terminan por decepcionar a no pocos ciudadanos.
De allí la población puede sucumbir a la seducción de otras opciones de organización política. El siglo 20 dejó ejemplos atroces como los regímenes fascistas que transformaron sociedades plurales y democráticas en regímenes draconianos.
El mundo observa cómo las democracias sucumben ante otros regímenes porque éstas no supieron entregar resultados sobre todo en materia de estado de bienestar.
En su célebre artículo, “Que es y que no es la democracia”, los politólogos Schmitter y Karl aventuraron en 1991 una diferenciación que en su momento se antojó audaz sobre todo porque señalaron los matices que pueden tener las democracias en relación con su capacidad para responder en cuanto a resultados.
“Las democracias modernas”, dijeron, “son sistemas donde los gobernantes son susceptibles de rendir cuentas ante el ciudadano”. Un primer gran elemento está presente. Para asumirnos en democracia el político gobernante es susceptible de rendir cuentas ante la población. Los mecanismos de rendición de cuentas en un contexto democrático pueden ser desde las mismas campañas electorales, hasta otros esquemas de participación como la revocación de mandato.
México tardó, pero por fin aprobó la reelección en algunos contados y muy pocos cargos de elección popular. El otro esquema que prevalecía en la incipiente democracia mexicana era cuando no había reelección y solo eran competiciones entre los cuadros políticos presentados por los partidos.
Llegaron la reelección y la revocación de mandato. Ante la primera, los políticos reaccionaron de plácemes, pero ante la segunda actuaron con comprensible recelo. Comprensible cuando se escucha hablar a quien desdeña de cualquier esquema o correctivo que no le favorezca.
En ese tenor, los detractores de la revocación de mandato en México fueron los políticos. El líder ultraderechista Gilberto Lozano lo comentó, muy en su locuaz estilo, cómo en una reunión varios políticos vigentes se pronunciaron contra la revocación de mandato, “porque nos la pueden aplicar a nosotros”.
Dicho testimonio se vuelve relevante. Para alterar el sistema, los políticos actúan en función de incentivos. En el caso del sistema mexicano los políticos no tenían ningún aliciente para implementar la revocación de mandato, pero como fue una consigna popular y una promesa de campaña de la plataforma morenista, el esquema ya es una realidad. De hecho, entidades como Zacatecas comienzan a coquetear con la idea.
A final de cuentas, la revocación de mandato no solo se asume como una aduana de rendición de cuentas, sino también como uno de esos ejemplos de cómo la democracia se autocorrige, donde la opción es remover a un político democráticamente electo pero que por no aprobar el parámetro de la rendición, se vuelve prescindible.
Hay otro rasgo de la política democrática, pero que se plantea como lo que la democracia “no es”, con el cual debemos tener cuidado. Schmitter y Karl lo mencionan directamente: “las democracias no son necesariamente más eficientes económicamente que otras formas de gobierno”. La prosperidad capitalista a veces avanza más a sus anchas en regímenes autoritarios.
El otro rasgo es que “las democracias no son necesariamente más eficientes administrativamente”. Este último rasgo se ha debatido con cierta amplitud. Hay quienes defienden que los esquemas democráticos, estableciendo mecanismos claros, no están peleados con la eficiencia. De otra manera también se ha descubierto cómo otros rasgos de la vida democrática como mecanismos de control presupuestal y contable, entorpecen y burocratizan el sano desarrollo de la administración pública.
En tanto democrática, nuestra vida pública se topará con rasgos que no son deseables. Acaso deberemos atenernos con paciencia a la capacidad de la democracia de autocorregirse y nosotros con ella.