Los culpables
Para que alguien resulte inocente siempre debe de haber, al menos, un culpable. Y es que resulta claro que las cosas no pasan nomás porque sí, ni que los hechos sucedieran por generación espontánea o por cuestiones difíciles de predecir por el azar. A alguien se le tiene que poder echar la culpa, sobre todo, de eso que tiene consecuencias negativas que terminan por joder.
Los triunfantes inocentes entonces, podrán erigirse como los que moralmente resultaron vencedores en esas canchas del deber ser, en las mismas que permanentemente se disputa el correcto actuar y así, poder ser entonces ejemplos de las buenas prácticas sociales. Todo indica que la condición humana, si es que existe, tiene relación con no equivocarse tanto ni tan seguido, o al menos, con pretender que no sucede.
La vida es una constante negación del error. Los que se equivocan mucho no triunfan tanto y terminan en el bote, en el manicomio o ya de plano, petateados. De tal modo que, sobrevivir, es algo así como vivir, pero por encimita de las gratuitas dificultades que ofrecen las características socioculturales con las que se nace, o lo que es lo mismo, superar eso a lo que le dicen destino.
Los que sí actúan como se debe y no como se quiere, son los vencedores o algo así, los que sí supieron a tiempo lo que no tenía que hacerse y pudieron, por fortuna, encontrar a los culpables, llámense malvados, malandrines o nomás malvividores.
Que si los papás tuvieron la culpa porque no criaron muy bien, que si los buenos amigos no fueron tan buenos ni tan amigos, o que si las ex parejas no aceptaron la romántica cruz que habían elegido. Alguien tiene que pagar los platos rotos y eso de echarse la culpa nomás lo hacen los santos y hasta se castigan solos.
Como todo es social por fortuna, los errores, regularmente llegan inducidos por algo ajeno al errado. Desde que nacen los potenciales errantitos aprenden, o a pedir disculpas o a renegar de la responsabilidad del error.
En el primero de los casos, a veces, muy a veces, habrá que cargar con culpas por andarse equivocando en casi cualquier ámbito de la vida que no se tenga experiencia, es decir, por principio, en todos.
En el segundo caso, pobrecitos de los equivocados porque nadie les advirtió que se iban a tropezar mucho, con la misma, diferente o parecida piedra. Y quién puede ser ese que tiene la culpa de lo que no se eligió que pasara. Seguro dios, o más bien el diablo, por eso cruz cruz, que se aleje.
Tal vez sean los genes, la inflación, el gobierno, el papá ausente, los gringos, el capitalismo, el socialismo, AMLO, las malas vibras, los eclipses, los huevones, los amarres, el imperialismo yanqui o todos los ex que no supieron valorar lo increíble que soy, tal vez sea júpiter o el destino.
Don chamuco manda las tentaciones para que se caiga en ellas, el mercado incentiva al maldito consumismo y una sociedad injusta no quiere ver triunfar a todos sus adeptos porque para que unos ganen, otros tienen que perder.
Los culpables tienen nombre y apellido, clase social y condición. Fulanetes de Tal inconscientes, bobos, imprudentes o ya de plano cínicos que quieren ver arder el mundo gratis. La inocencia es exclusiva, tesoro en el mundo de las culpas.
Usted la regó en estudiar eso o no estudiar nada, en no elegir buena pareja o elegir varias al mismo tiempo, que mala elección de apariencia, de discurso, de ideología, de modus vivendi en general, de color de ojos e ideales.
Pero seguro alguien tiene la culpa, no hay por qué preocuparse tanto, o de perdido no tan seguido, porque, ya agarrándole sabor, equivocarse es mejor en montón. Conviene identificarse en conjuntos de errantes que también andan viviendo como si improvisaran. Se puede ser inocente como si sobrevivir fuera azaroso, cosa del destino y como si no hubiera oportunidad siempre, de echarle la culpa a otros.