Cuentacuentos
Todo lo que sucede, puede contarse como cuento, también lo que no. A veces, la única diferencia entre realidad y ficción es solo la manera en cómo se cuenta.
Todo nace con caducidad, porque de seguro algo interesante podrá pasar mañana y si no, qué caso tendría la noticia y su novedad. Todos los días pierden vigencia mientras más lejos se quedan.
Ya luego, podrán salir los historiadores a recuperar todo eso que no se dijo o se contó mal cuando pasó, porque, que tal que algo importante sucedió mientras se atendía a lo novedoso.
La realidad suele lucir más atractiva contada adecuadamente, con una narrativa propia; por eso los borrachitos la encuentran muy cruda una vez que han descendido de la fantástica y etílica travesía; entonces, que poco interesante resulta todo, casi sin sentido, casi normal.
Los bares, cafés y restaurantes están llenos de contadores de cuentos, que se reúnen y disponen atractivas sus vivencias cotidianas ante otros, que mientras tanto callan, o más o menos, porque hay de todo tipo.
Hay los que interrumpen o no dejan hablar y se vuelven predilectos a suponer que tienen algo interesante por contar, por eso los otros mejor no cuentan nada, no vaya a resultar muy aburrido el cuento o muy común. A los iguales les es mejor lo diferente, lo demás, les aburre.
La biografía es como un cuento personal. Ahí andan los potenciales protagonistas ejecutando sus obras, improvisando y haciendo cuentos.
Al nacer ya hay una especie de guión a seguir o al menos a evitar que, como los buenos cuentos, mientras más delimitado mejor y más digno de ser recuperado.
Las grandes biografías suelen ser cuentos, pero con giros de tuerca, apariciones inesperadas y fabulosas improvisaciones por parte de sus protagonistas, que ya narrados, integran el azar como conducto, la ficción guiada por algo así como la suerte y que, como ejemplar cuento, amerita adecuado desenlace, si no, que chiste tendría. Bien o mal, se recuerda únicamente, lo que termina.
Para los desfantasiados adultos sobran ejemplos a seguir, modelos narrativos en forma de ídolos. Los pequeños personajitos, por su lado, encuentran fantástico disfrazarse de los héroes de sus cuentos, exactamente igual que los adultos, pero con menos límites imaginarios.
Solo suelen cambiar las formas y quizá las hazañas; sustituyen las capas por los sacos y los antifaces por las corbatas, pero conservando el mismo fin: parecerse al ejemplo de un cuento, aplicar la ficción a lo real.
Andan los adultos disfrazados de otro adulto que les enseñó a ser, o al menos a parecer, todos parecidos entre ellos, buscando contar algo no tan irreal ni fantasioso.
Como los contadores de cuentos tienen que demostrar, sintetizan sus historias, hacen sus currículos con múltiples actitudes y aptitudes, cuentos de experiencias laborales, académicas y profesionales.
Resumidas atribuciones adquiridas a través del tiempo, cuentos en los que no dice lo infantil, lo absurdo o lo fantástico, porque eso no es digno de contarse entre biografiantes adultos.
La narrativa le sobra a los asuntos más reales. No vaya a ser que alguien mienta y se considere un héroe, una princesa o un genio de la lámpara; no vaya a confundir la realidad con la ficción y se extrañe a la fantasía. Porque todo lo que sucede, es digno de ser contado pero depende de cómo.
Al parecer, para que algo sea real no tiene que ser muy absurdo, amerita cierto sentido y congruencia.
Esto podría resultarles confuso a los contadores de cuentos, que crecieron aprendiendo a separar lo fantástico de lo real, olvidando que la diferencia radica menos en los sucesos, que en cómo se cuentan, teniendo que acudir a los propios inventos narrativos e imaginarios de los otros menos infantilmente disfrazados contadores, y quizás así un día, poder contar con cuento propio, tal vez ficticio o tal vez no, porque la realidad y la ficción se parecen un poco, todo depende, de cómo se cuenten.