Pronosticadores
Cuando alguien trata con cierta empatía y amabilidad se dice que tiene calidez humana, es decir, que su trato hace sentir un pequeño calorcito en los otros, lo cual, al parecer, les resulta agradable.
Por otro lado, una persona frívola es aquella que no le da la importancia necesaria al trato hacia los demás, esto resulta en que su actuar, es como si no le importara tanto lo que hace o como si no sintiera lo que se necesita sentir para tener los 36 grados humanos.
Los latinos dicen tener la sangre caliente y eso no quiere decir que los demás sean lagartijos, sino más bien, que el actuar de esa cultura unida por lenguajes derivados del latín, como que comparte cierta candela en su haber, algo que además de ser por supuesto un estereotipo cultural, también denota la conceptualización que relaciona actitud y temperatura.
Los abrazos son cálidos y los silencios son fríos porque el calor proviene del hogar, que es la hoguera en la que se juntan los que comparten cierta familiaridad bajo un mismo techo.
Cuando a alguien le dejan de hablar voluntariamente es porque le aplican la ley del hielo, que no es otra cosa que mostrar indiferencia ante lo que el castigado hace a manera, por supuesto, de sanción.
El alma debe de conservar cierta temperatura porque cuando se enferma, no hay número suficiente de edredones San Marcos para quitarle el frío.
La temperatura del clima influye en las actitudes de la gente, tal parece que cuando hace frío, como que los cuerpos se acuerdan que necesitan ese calorcito, una dosis de calidez humana que el clima permite extrañar.
Los borrachitos se ponen muy platicadores porque se les calienta la boca y los besos a veces pueden ser tan fríos que hasta parecen gélida mentira.
El cuerpo tiene calor porque está vivo, por eso compartir ese calor es compartir la vida mientras esté disponible.
Saludar de mano es recordarle al que se saluda que hay calor en el cuerpo del saludador, un poco y al alcance de un apretón, ya cuando hay más de confianza, puede venir un abrazo, que es otro nivel de calidez más desde el pecho y que suelen malbaratar los políticos.
Las parejas se toman de la mano para que no se les olvide que ahí, del otro lado, está otro calor disponible para cuando se necesite, por eso cuando hace mucho frío, como que dan ganas de abrazar, aunque sea desde y con los mismos brazos del que necesita.
Con el frío como que entran las ganas de posicionarse en horizontalidad, viendo alguna serie que comprometa muy poco el intelecto y bajo un par de cobertores que traigan retratado un monocromático león.
Dan ganas de un caldito de pollo, de res o ya muy vegetarianamente de amigables y no maltratadas verduritas, dan ganas de té, de café, ponche o todo eso que le regresa calor al que se lo bebe, ese calor, que se pierde nomás porque las caprichosas condiciones atmosféricas obedecen un calendario o, en todo caso, ese mentado calentamiento global que por más que algunos derechistas nieguen que existe, hace tener nieve cuando no había y sudar cuando y donde no se estaba tan acostumbrado a hacerlo.
El ambiente se puede controlar bajo algunos techos siempre y cuando no sean de cartón. Algunos podrán prender la chimenea y otros el calentón cuyo favor que hace luego se reflejará en el recibo de la luz. A otros no les va a quedar más que ponerse una, dos o tres chamarras, siempre y cuando, por supuesto las tengan, o ya de perdido, arrimarse a otro friolento cuerpo para más o menos conseguir templar un poco el alma.
En el peor de los casos, es mejor no imaginar las posibilidades, porque, en una de esas, estás letras podrán servir de hoguera o cobijo a algún callejero y poco socorrido cuerpo. Con el frío, la gente se acuerda que está viva, que necesita de otros, el frío recuerda humanidad, empatía y la amabilidad que a nadie le cae como balde de agua fría.
Un clima propio se transporta en el cuerpo para pronosticar también, de vez en cuando, la disponible y atmosférica calidez humana.