El pasado domingo por la noche, recibimos una triste noticia: el fallecimiento de Manolo Cruz, mozo de espadas y sastre taurino, reconocido, admirado y querido por generaciones. Fue un entrañable amigo de la pluma que hoy escribe esto con las notas de la nostalgia.
Su sencillez se percibía, y su don de gente, era admirable. Su partida nos dejó en el recuerdo tantas horas de pláticas, pero, sin duda, una que nos marcó para siempre fue una entrevista que pudimos realizarle en Aguascalientes; ahí, nos habló a corazón abierto, y sus palabras siguen―seguirán―en mi cabeza.
Hoy, recuerdo esta entrevista que se convierte ya en un tesoro. Descansa en Paz, Querido Manolo.
TEJEDOR DE ILUSIONES
Hilo de oro, lentejuelas, canutillo, inspiración, manos que bordan y sientan el toreo, además de una sobrada inspiración, es lo que se requiere para confeccionar un vestido de luces.
Todos los trajes son diferentes, cada uno tiene un bordado y diseño que lo hará distinto. Los hay de plata y de oro, y para confeccionarlos se requieren muchas horas de dedicación y miles de puntadas, que solo se pagan cuando el torero porta con orgullo ese trabajo.
Desde hace más de 40 años, Manolo Cruz se dedicó a confeccionar trajes de luces, oficio que aprendió de otros sastres.
Él, como muchos, tuvo el sueño de ser torero, pero el destino se empeñó en llevarlo por otro camino, aunque siempre inmerso en este místico mundo.
“Para mí el vestido de torear es algo sagrado, porque en él se encierran los temores, los acontecimientos buenos y malos de un torero, entonces cada prenda es como si tuviera vida propia, tiene el misticismo de lo que encierra un torero que desafiará la vida y la muerte”, explicó aquel día Manolo Cruz.
Por la memoria del sastre
Manolo, quien también fue mozo de espadas, recordó que el primer traje que llegó a sus manos para repararlo fue el de un novillero, terno que ya se estaba deshaciendo por el uso; “se venían las lentejuelas y lo hice con tanto cuidado y, sobre todo, mucho cariño, que lo logramos sacar y se pudo vestir el hombre de torero”.
Desde aquel día, Cruz aprendió que solo con amor podría seguir andando en este oficio, pues “es el amor a la ropa de torear lo que te hace bordar y sentir. A cada puntada se le tiene que imprimir sentimiento.
“El que se viste de luces también se viste de ilusiones y de amor, porque solo así se entiende cómo pueden salir a jugarse la vida, y no importa si el traje es humilde, de plata o de oro, siempre y cuando el que lo porte se sienta torero”, enfatizó el sastre.
El terno que más recordaba Manolo Cruz es un verde esmeralda y oro con punto de cruz, con el cual Guillermo Capetillo cuajó una faena, que quedó para el recuerdo, a Gallero, en la Plaza México.
Terno que el sastre de ilusiones consideró de la suerte, pues el torero volvió a vestirlo para cortarle las orejas al toro Ruiseñor, de Vistahermosa, en el mismo escenario.
Y así como hay ternos que pasaron por sus manos y dieron suerte, también recordó que arregló un vestido negro y oro con el cual le pegaron una cornada en la femoral a un novillero.
“Llegó a mí para arreglarlo y venderlo, pero no me inspiraba confianza. Un novillero lo compró y le fracturaron el cuello, brazos y piernas […] me lo regresaron y ya lo quería quemar. Se lo regresé al dueño y él a su vez lo pasó a otro novillero, al que le pegaron una cornada”, relató.
Manolo Cruz comentó que la confección de un traje de luces se lleva entre mes y mes y medio, dependiendo del bordado y si es de metal, “pero es un trabajo en el que todos los días debes de estar metido.
“Es cien por ciento artesanal y por eso es un vestido que admiran las mujeres y envidian los hombres”, puntualizó el ya inolvidable sastre, quien aseguró que, si volviera a nacer, volvería a elegir bordar los sueños de los toreros.