¡Ahí viene el tren!
Con la publicación del decreto que podría traer de nuevo a México los trenes de pasajeros, vino a mi mente un recuerdo de infancia: cuando tenía aproximadamente tres o cuatro años, mi mamá nos hizo partícipes de una experiencia que para ella tenía el sabor de su niñez y de sus travesías en familia; los recuerdos de un medio de transporte que se entremezclaban con la venta de tamales, cajetas y otras cosas que subían y bajaban de los vagones junto con los pasajeros, dependiendo de la estación y la región.
Con esos recuerdos en mente nos llevó a mi hermano y a mí a Fresnillo en tren, en una especie de despedida exprés ante la ya anunciada desaparición de este medio de transporte en los 90.
No tengo muchos recuerdos de ese viaje, no recuerdo cómo era el tren, ni siquiera la duración del corto tramo hasta Fresnillo. Apenas y puedo recordar cómo se veía el paisaje con la inercia del movimiento. Pero quedó en mi memoria su intención de inmortalizar un momento que para ella ⎯como quizá pensaría entonces⎯, no se repetiría jamás. Ese viaje era la culminación de una época, la concreción de un ciclo que en Zacatecas duró aproximadamente 111 años.
El primer tren de pasajeros proveniente de la Ciudad de México llegó a nuestro estado en enero de 1884. No hubo festejos, ni discursos. Se planteó que, hasta que se completara la red ferroviaria circundante, se haría una inauguración oficial.
Para aquel entonces todavía continuaban las obras en las vías que conectarían a Fresnillo con otros municipios y tan solo unos meses antes, en septiembre de 1883, entró en funciones la estación de Aguascalientes con su flamante edificio central hoy convertido en museo.
La idea general era que el ferrocarril pudiera conectarse desde Ciudad de México hasta Ciudad Juárez con varios ejes troncales en el trayecto, por lo tanto, la estación en Zacatecas era un paso obligado.
El capítulo zacatecano formaba parte de un ambicioso proyecto que planteaba comunicar todos los estados y ciudades importantes de la República, convirtiéndolo en una señal inequívoca de que el progreso de México se asimilaba al de otras naciones del mundo.
Esta titánica labor no comenzó con Porfirio Díaz como suele creerse, porque aunque se encargó de concretarla, las concesiones ferroviarias y la construcción de vías transitables comenzó en el lejano 1837 con el presidente Anastasio Bustamante cuando se intentó por primera vez conectar a la Ciudad de México con el puerto de Veracruz.
En 1910 ya se podía vislumbrar esta red que enlazaba a mexicanos y mercancías de norte a sur y de sur a norte, pero conectar un país a través de trenes requirió más de siete décadas.
En casi un siglo, las anécdotas del tren en México son muchas y variadas. Su protagonismo durante la época de la Revolución se palpa hasta en los desfiles cívicos del 20 de Noviembre, porque es y ha sido siempre un actor siempre presente en la memoria colectiva.
Para quienes se trasladaron en él, quedaron tejidos cientos de recuerdos que tenían que ver con el entramado económico y social que creció alrededor: desde barrios hasta comercios, junto con personajes que vendían sus productos de parada en parada.
Tampoco faltaron los accidentes, los sinsabores o la delincuencia; un periódico local de 1949 advertía de la peligrosidad de bajarse en la estación de Cañitas de Felipe Pescador, pues afirmaban, era casi milagroso salir con la cartera intacta. Pero a pesar de todo, siempre existió una ilusión que viajaba sobre rieles. Emociones, esperanzas o recuerdos que se trasladaban junto con los viajantes.
Hoy que se plantea volver a transitar México a través de las vías, fue inevitable la aparición de la nostalgia por esos viajes de antaño, especialmente para aquellos que los vivieron o los sufrieron.
Pero ¿cómo leer este proyecto con los ojos del presente? Si en 1837 se buscaba poner a México en el concierto del progreso mundial, quizá un poco de esa intención se asome en la recuperación de este proyecto.
Solo hay que recordar que las propuestas ambiciosas se cocinan en la leña de la larga duración y no en las expectativas de un sexenio. Hace más de un siglo tardó casi cien años, ¿y ahora?
Al tiempo.