Dentro de la democracia insustancial en que se convirtió el proceso de elecciones primarias de las principales fuerzas políticas del país, quedan al aire más temas de urgente discusión.
En la era de los estados liberales y las sociedades secularizadas se sigue imponiendo el debate sobre el destino y enfoque del Estado laico en un contexto de activismo de las principales profesiones religiosas en México.
La separación Iglesia Estado es un elemento clave que resguardó por décadas las libertades republicanas de los ciudadanos frente a las religiones mayoritarias.
En México, el laicismo fue un escudo para mantener al Estado y a la Iglesia a raya y no libre de tentaciones donde se usaría el arraigo religioso del pueblo para expandir las posibilidades y la legitimación de cualquier político. La visita de los papas romanos al país fueron movimientos calculados que capitalizó el PRI, una vez descafeinado del laicismo.
La relación del Estado mexicano con las diversas religiones se reconfiguró con la llegada del primer gobierno de izquierda al país. Hay un distante respeto entre los funcionarios federales encargados de la cartera de asuntos religiosos y los altos jerarcas del Arzobispado de México.
Pero desde hace más de 30 años se modificó el escenario religioso de México, donde década tras década vienen creciendo agrupaciones religiosas a razón de un 2 o 3 por ciento cada 10 años. El catolicismo romano, si bien todavía fuerte, ya no es la única expresión religiosa en México, aunque por décadas se comportó como si lo fuera.
Era tan sólida su posición, que personajes que participaron activamente en la guerra de reforma y la intervención francesa, como Pelagio Labastida y Dávalos, arzobispo primado de México, se dio el lujo no solo de que no lo fusilaran al triunfo de la república (su traición quedó patente y profusamente comprobada) sino de que lo dejaran continuar al frente del arzobispado inclusive años después, ya durante la dictadura de Díaz.
Un maestro de historia hizo una declaración interesante: “con la proporción de feligreses actual en el país, Juárez sí hubiera podido fusilar a Labastida”. Fuerte, pero tal vez cierto.
La composición religiosa del país se ha modificado y eso ha orillado a los políticos a mantener una relación que excede lo formal y cordial. Eso sucedió siempre: si bien la ley prohíbe a ministros de culto pronunciarse a favor o en contra de cualquier líder religioso o utilizar su influencia sobre su feligresía para modificar el sentido del voto de la gente, eso no siempre sucede.
Entonces sí cumplen, pero no cumplen, o sí cumplen, pero mejor se les mantiene contentos no vaya a ser que luego no cumplan. Nason Joaquín García (hoy convicto en Estados Unidos por crímenes sexuales agravados) y líder de La Luz del Mundo acumuló poder e influencia, con la participación de políticos en al menos una de sus convocatorias más sonadas, que él se encargó de incluir en su narrativa como un evento de aprobación, respeto y deferencia de parte de diversos actores políticos.
Tener contento a un líder como el de La Luz del Mundo también resulta rentable para cualquier político. Y se sabe que, si bien está prohibido intervenir en asuntos políticos usando la influencia del líder espiritual en cuestión, basta una expresión del líder para volcar el apoyo electoral a favor o en contra de cualquiera.
En 2021 el cardenal emérito Juan Sandoval Iñiguez publicó en sus redes sociales un video instando a no votar por el candidato de Morena en la elección municipal de San Pedro Tlaquepaque, Jalisco. Dicho operativo desembocó en la anulación de la elección.
Se pueden citar otros ejemplos, pero el futuro del Estado laico, con grupos religiosos cada vez más activos y “politizados” en sus términos, conforme a sus intereses y adoctrinamiento, es otro tema que no se debatió, una vez más, porque la ley electoral le prohibió a la democracia serlo. Seguiremos sobre el tema.