Las sospechosas formas del olvido
Los que dicen que recordar es volver a vivir probablemente tengan más recuerdos que ganas de tener nuevos. A veces, por fortuna, ya no queda de otra más que suspirar de vez en cuando mientras se recuerda lo que sucedió sin esperar que fuera irrepetible y memorable.
Frecuentemente, cuando alguien viaja o hace una fiesta compra y ofrece “recuerditos” por aquello de que pudiera olvidarse fácilmente lo que no se hace tanto ni tan seguido. No vayan a pasar inadvertidos los viajes a la playa, la boda o los únicos 15 años de fulanita de tal.
Las casas suelen estar repletas de anclajes contra el olvido, casi, sin que los tercos memoriosos se den cuenta de los aparentemente inútiles objetos. Los publicistas y los románticos saben que las cadenitas, anillos, pulseras, tatuajes, prendas de ropa y casi cualquier objeto puede tener siempre una función evocadora de memoria. Tenerte fue una foto tuya puesta en mi cartera.
Para sobrevivir, recordar es tan importante como olvidar y aunque pareciera que a veces no queda de otra, lo que se recuerda casi igual que lo que se olvida, puede tener algo voluntario. Los que cuelgan sus títulos, diplomas y reconocimientos en la pared necesitan frecuentemente recordarse que no están tan imbéciles o en todo caso, convencer a otros.
Se recuerda para que la experiencia tenga peso en las decisiones futuras, aunque sea, para tomar más apropiadamente malas decisiones. De cualquier manera y aunque recordar pudiera hacerse voluntariamente valiéndose de tiliches que evoquen tramposamente a la memoria, el ambiente, coyuntura o como se le quiera decir, siempre se encarga de proveer recuerdos inesperados.
Viviendo lo suficiente y en el mejor de los casos, se corre el riesgo de hacerse senil encontrando la tranquilidad que puede ofrecer el oportuno y experimentado olvido. Que difícil se me hace mantenerme en este viaje sin saber a donde voy en realidad.
Puede que olvidar no sea esconder bajo la alfombra de la memoria, sino más bien, algo así como filtrar lo que se supone que puede servir o no para futuras decisiones. Los buenos ejemplos del olvido son incapaces de compartirse por la experiencia, porque en ese caso, ya serían más bien recuerdos.
Se olvida porque se puede y también porque a veces no puede evitarse, pero solo lo que deja de ser importante puede involuntariamente olvidarse, así sea seguir conservando recuerdos. La ilusión racional de la tecnología ha permitido creer que el olvido voluntario es algo que puede ejecutarse en la cabeza como si fuera una memoria USB.
Lo cierto es que a algunos recuerdos involuntarios se les puede huir en cualquier bar o por prescripción médica, aunque sea por supuesto, temporalmente. Es cuestión de echarle un ojo a lo que se pretende recordar para encontrar pistas de lo que no. Miénteme como siempre, por favor miénteme.
Contra el olvido está la costumbre, pero también a favor de él. Afortunadamente, la siempre explotadora rutina diaria no permite tener tanto tiempo ni tan seguido para ponerse a recordar lo que ocurrió el 20 de abril del año pasado o lo que sucedió en aquel paradisiaco lugar de cuyo nombre alguien no querrá acordarse.
Modificar el régimen de vida requiere medio olvidar lo que se sentía en las calles por las que se pasó tanto tiempo o subir esas escaleras mientras ladraban los perros y a veces sonaban las campanadas. Requiere recordar que se puede olvidar. Es necesario a veces quemar las naves para cambiar de destino, si es que alguna vez se tiene.
Olvidar no requiere cantar las canciones de José Alfredo pensando en la cantidad necesaria de diferentes ojos, labios o nombres, recordar sí. Se olvida lo que pone a marchas forzadas la maquinita de involuntarios recuerdos, porque no se puede seguir recordando sin olvidar un poco y de vez en cuando, al menos, lo que resulte aparentemente poco necesario para sobrevivir.
No es cierto que se recuerde para volver a vivir, porque incluso a veces, de tanto vivir lo mismo luego importa poco y se olvida. Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver.