La cuarta transformación modificó la narrativa del país. En el juego de explicarnos las cosas en lo social, político y sobre todo en lo económico, la hegemonía del gran relato fue modificada del globalismo neoliberal y las bondades de adelgazar al estado obeso, al nacionalismo y la restauración del estado benefactor.
Eso es una gran noticia porque ya hay dos narrativas que disputan la atención del gran público. El petate del muerto que alude a un dictador es una versión tramposa que choca con la realidad. Acaso, lo más agresivo de López Obrador como presidente es su beligerancia declarativa, pero ningún periodista ha logrado acreditar una persecución desde Palacio Nacional. Cuando sacaron a Chumel Torres de la programación de HBO Latinoamérica por políticamente incorrecto y errático, no por opositor, fue lo más que lograron acusar una línea desde la presidencia.
Se sabe que hubieron al menos dos periodistas que indagaron ante los involucrados para encontrar indicios de persecución para publicar un artículo al respecto y no pudieron hacerlo, sencillamente porque no hubo nada.
Aludimos al caso para ilustrar que, al respecto, las narrativas deberán lidiar no solo con una población crítica sino con una realidad que las respalde e impulse en el imaginario colectivo.
Da gusto ver que las certezas con las que antes informaban y comentaban los medios hegemónicos son ahora desafiadas por otras versiones que nos explican lo mismo.
La narrativa neoliberal fue instaurada por el priísmo salinista con la vasta ayuda de los medios masivos (Televisa y luego se añadió Tv Azteca) y desde entonces y hasta 2018 no tuvo un relatoría que la retara. Llegó el lopezobradorimo a hacerlo.
Es en ese contexto que asistimos al siguiente ciclo electoral, donde se renovarán la presidencia, el congreso en su totalidad, muchas alcaldías de gran relevancia y varias gubernaturas para prepararnos en un escenario público donde los contendientes confrontarán no solo dos campañas, sino las dos narrativas.
Es importante señalarlo porque solo en un marco de libertad de expresión se pueden expresar ambos bandos y el espectador puede también de manera libre qué versión de la historia se compra.
En ese mismo contexto de libertad, el escenario político ha cambiado en cinco años. No obstante, persisten vicios que limitan el desarrollo del debate. Afloró una curiosidad regresiva: el arresto de Alfredo Jalife, a razón de una denuncia penal interpuesta por Tatiana Clouthier por el delito de difamación, tipificado de esa forma en Nuevo León. Al estar tipificado como delito, es perseguible con castigo corporal (cárcel).
En pleno siglo 21 existen legislaciones que mandan a la cárcel a quienes difaman. Eso debió ser un agravio corregible o subsanable en términos civiles, llegando a ser resarcidos de manera monetaria, pero no motivo de encierro.
Tampoco podríamos considerarnos ajenos a escenarios de persecución. La cultura de la cancelación imperante en nuestros días, si bien no persigue corporalmente, tampoco da respiraderos de conciliación humana.
El “canceladle” sumario que destruye reputaciones, carreras e induce a campañas de acoso masivo y hasta amenazas de violencia, como sociedad no nos pone a mucha distancia de las de principios y mediados del siglo 20 que todavía perseguían la difamación con cárcel.
El arresto de Jalife, en el contexto de una democracia liberal, es una grave violación a sus derechos humanos. Sin adentrarnos al motivo de la disputa —si es culpable o no— el arresto del profesor de la UNAM ya sirvió para algo útil: la exhibición de una ley, reduciéndola a su medieval absurdo. Al respecto, ojalá la Suprema Corte de Justicia de la Nación intervenga pronto a rajatabla para declararla inconstitucional.
Paradojas aparte, sigue viva la cancelación y los criterios de corrección política que en momentos son igual de medievales pero ahora en el nombre de la nueva moralidad, que parte de otras perspectivas.
Gracias por asomarse a este espacio. Nos seguiremos leyendo en 2024, para el cual le deseamos mucha salud y felicidad.