En un ánimo de dar la certeza de equidad en el proceso, las democracias paradójicamente deben suprimir sus características más liberales, por eso restringen determinadas acciones y mecanismos de movilización y comunicación. Ante una democracia anticlimática, desprovista de contenido y debate, asoma otro riesgo, el del uso de la inteligencia artificial. Tal vez por eso termine siendo más “conveniente” la restricción de las redes sociales y sus mecanismos derivados.
Cuando el algoritmo nos anticipa… y manipula. Sucedió en Estados Unidos, cuando de la mano de inteligencia artificial fue posible influir en electores de secciones específicas de distritos electorales que podían ser cambiados de partido, para de allí modificar el sentido de los votos de un estado que alterarían el gran total del colegio electoral a nivel nacional.
¿Y cómo lo hicieron? Inteligencia artificial combinada con libelos y manipulación, ametrallando, “corrupta Hillary” a quien era más proclive a creerlo y votar en consecuencia.
México está clasificado, según los estudiosos de regímenes políticos a nivel internacional, como una democracia electoral que viene siendo el paso previo a una democracia liberal.
La crisis del sistema de partidos incluye una anomalía para cualquier democracia madura: por diversas razones y problemas, México no puede celebrar primarias.
Tiene el entramado legal para hacerlo, pero los participantes ante resultados adversos recurren a soluciones que invalidan todo el proceso, haciéndolo terminar en manos de tribunales que por lo general no disipan las disputas, sino que en muchos casos las agravan provocando cismas y rompimientos.
Solo los partidos que persisten en conservar estructuras verticales —como el PRI— se salvan de dichas pugnas, pero por disciplina partidista, que es más un resabio autoritario que virtud democrática.
En México, como en otros países, se padece la colonización de la clase política tanto del árbitro electoral como de los tribunales que juzgan y califican las elecciones.
La revocación de mandato se planteó como un “pensar fuera de la caja”, al cual políticos del sistema en crisis tienen pavor, aunque jamás lo dijeron en público (solo en privado): “la revocación nos causa recelo porque luego nos la van a aplicar a nosotros”.
A dicha solución “atípica”, López Obrador ha agregado dos fórmulas anómalas para nuestro status quo: la elección popular de jueces (común en otras democracias) y la resolución de primarias por encuesta, esta última como fórmula para determinar la candidatura presidencial.
Los remedios soslayaron la gravedad del problema. Nuestro sistema electoral (instancias judiciales incluidas) carece de credibilidad y confianza. Sus resoluciones (en el caso del árbitro electoral) y sus fallos definitivos (en el caso del tribunal) no crean certeza de justicia sino alta sospecha de parcialidad y prevaricación.
Más allá del amor u odio hacia López Obrador, el diagnóstico demanda profundas reformas que incluyen llamar a cuentas a un sistema que por lo mismo las ha postergado.
En ese contexto tenemos a la inteligencia artificial “al acecho”. Pero antes está el punto intermedio en la democracia electrónica que, ante la desconfianza, no terminará de aterrizar con firmeza.
Si no confiamos en quienes cuentan y procesan los votos en función de movilización, ¿confiaremos en un sistema que permita votar en una app desde la comodidad de nuestro teléfono? ¿confiaremos en el sistema que automatizará el conteo de votos y asignación de ganadores?
La hiperconexión que en momentos se convierte en atrofia por la andanada de fake news nos pondrá en riesgo de estar infoxicados y a un paso de votar. En el mismo dispositivo convivirán los programas que nos informan (o eso suponemos) y con los que votaremos.
Como ciudadanos deberemos decir, “esta boca es mía”. De lo contrario nos acecha otra versión distópica de la inteligencia artificial: cuando el algoritmo no necesite preguntarnos porque ya sabe cómo pensamos. De allí a que las redes sociales —por ejemplo— cada vez despliegan más noticias y contenidos personalizados que llaman nuestra atención y nos mantienen pegados a la pantalla.