Se avecinan desafíos inéditos. Vamos, el escenario de la democracia en el mundo comienza a antojarse regresivo. Los números son brutales.
Una referencia: en el reporte anual elaborado por V-Dem de la Universidad de Gotemburgo y donde participan académicos de todo el planeta, los indicadores democráticos arrojan un retroceso.
Por ejemplo, las democracias en Asia Pacífico retrocedieron a niveles no vistos desde 1978; en general el nivel de democracia para el ciudadano promedio mundial se sitúa en los niveles de 1986, y algunas regiones del mundo, incluida América Latina, volvieron a niveles de finales de la Guerra Fría.
El Reporte V-Dem se enfoca en medir aspectos que dan forma a las democracias liberales: participación de organizaciones de la sociedad civil, administración pública rigurosa e imparcial, diferentes criterios de medición de la libertad de expresión, tolerancia, debate público y participación ciudadana.
La desinformación —según el informe— contribuye al decaimiento de la democracia y, en una notable confirmación de tendencias, las autocracias ya controlan el 46 por ciento del PIB mundial. Además, dichos regímenes cada vez dependen menos de las democracias para su interacción económica.
Esto último debería intranquilizar a quienes aspiramos a que la nuestra se consolide como una democracia liberal, porque al menos desde finales del siglo pasado y hasta principios de la década pasada se proponía el desarrollo democrático como incentivo para aspirar a mejores escenarios de prosperidad económica.
Fuera máscaras. No es necesario sacar buenas calificaciones en democracia para que las fuerzas del desarrollo económico (entiéndanse grandes corporativos y los países que los respaldan) volteen a ver a un país para llevarle inversión directa con sus subsecuentes beneficios.
De todos modos, ya se sabía: bastaba con voltear a China desde finales del siglo pasado y verla coqueteando con las grandes firmas de maquila industrial provenientes de Estados Unidos y Europa. Además, si antes no era evidente, con todo y —por ejemplo— el amasiato de EEUU con el Chile de Pinochet, hoy ya vemos que los grandes corporativos que buscan recursos naturales y mano de obra barata, interactúan más a gusto con dictaduras corruptas que no rinden cuentas a sus pueblos.
El incentivo democrático ha muerto. Otra cifra inquietante es que en 1998 el porcentaje de comercio mundial entre democracias era de 74, en 2022 fue de 47 por ciento.
En un mundo dominado por internet y su economía derivada, estamos cada vez más desinformados y en camino al rezago democrático; a eso, sumar la connivencia del poder económico a quien no le interesa a final de cuentas democratizarse.
La paradoja que nos tocará vivir en los siguientes años es precisamente que vivir en la era de la hiperconexión nos ha vuelto ciudadanos y sociedades atrofiados.
El reporte es ilustrativo, aunque no abunda en detalles sobre casos como el de México, a quien menciona en proceso de disminución de la democracia (autocratización). Despiertan curiosidad el uso de criterios de valoración muy asociados a las narrativas de derecha, como polarización. Más allá de eso, México es poco mencionado aunque incluido en listados.
Para nosotros se avecina el reto de la hiperconexión sumada a la desinformación y disonancia cognitiva, como elementos que pondrán en peligro la calidad e integridad de nuestra democracia.
Cuidado con el terrible hábito muy en boga de atender y retransmitir información, rumores y memes que concuerdan con nuestras convicciones —y a veces prejuicios—, ya que eso contribuye a la desinformación e intoxica el ambiente democrático.
Hay otro elemento en el horizonte que volverá de entrada interesante la interacción democrática. Un nuevo invitado que nace en el nicho de avances arrolladores, pero que deberemos vigilar de cerca para ponerlo a nuestro servicio y no resultar víctimas de su enorme poder: la inteligencia artificial en el contexto democrático. De ella hablamos a la próxima.