Sobre moscas, cajones y mecánicas secretas
LA VIDA SECRETA DE LAS MOSCAS
La mosca frotaba dos de sus seis patitas porque no le gustaba traerlas tan sucias después de comer. En la universidad había aprendido que era de mal gusto saludarle a alguien con las extremidades embadurnadas todavía de desayuno, por lo que solía tomarse unos cuantos segundos de mosca para seguir manteniendo las buenas costumbres que tanto le había costado adquirir.
Ahora pertenecía a otra clase social y no podía darse el lujo de actuar como una mosca cualquiera. Por fortuna, se había construido una buena reputación entre las moscas políticas, por lo tanto, solía saborear deyecciones ocultando su pancita verde metálica bajo un saco de la marca Hugo Boss, que cada vez, por cierto, le quedaba más apretado.
Cierta noche, después de un banquete canino con los del partido, contrajo un indómito malestar interno, sabía que había llegado la hora. Sin apresurarse demasiado, voló hasta el más próximo canapé copeteado con paté de fua y realizó la natural tarea. Su descendencia había sido asegurada. Los comensales muy contentos levantaban el dedo meñique al comer porque, igual que la pulcra hexápoda, habían aprendido también algo de buenas costumbres.
Alguna vez fuimos nómadas
Con el tiempo el homo sapiens descubrió que era más práctico resguardarse en un mismo lugar. Dicho descubrimiento permitió diferenciar apropiadamente lo público de lo privado o, al menos, intentarlo. Las casas se convirtieron en espacios delimitados en los que puede guardarse gente, una especie de cajones rectangulares para acumular memorias y cosas que poco le importan a los que no viven ahí. Son lugares a los que se puede volver después de haber concluido una ardua jornada laboral y en los que los fines de semana, pueden hacerse reuniones con amigos, familiares o con nadie en absoluto.
No todos pueden entrar a cualquier casa, porque entonces, eso sería usurpación. Los hogares suelen subdividirse a la vez en habitaciones que pueden ser decoradas individualmente de acuerdo al gusto y poder adquisitivo de sus habitantes. En las recámaras, se acostumbra contar con lo necesario para garantizar el suficiente descanso y comodidad de los que gozan estar bajo su techo.
Las prendas y pertenencias de la gente que habita las casas y sus habitaciones, al mismo tiempo, suelen guardarse en cajones que pueden tener también subdivisiones para separar calzones de calcetines y otros objetos dependiendo de su frecuencia de uso.
Algunos objetos como las carteras, mochilas o bolsos son utilizados por los homo sapiens que salen de sus casas a reuniones con sus pares para portar cosas mientras redescubren, cotidianamente, que es más práctico resguardarse en un mismo lugar.
La mecánica de las piedras sobre el agua
Una de las tantas primeras actividades inútiles que se pueden aprender en la niñez es a hacer patitos. Dicha labor requiere de pocos instrumentos y puede realizarse en cualquier laguna, riachuelo o charco cercano que cuente con el agua suficiente como para aventarle guijarros.
Las rocas deben de estar medianamente aplanadas para que su efecto giratorio las conduzca saltarinas debido al choque y rompimiento con la densidad del líquido que tienen debajo.
Alguien más experimentado suele ser el encargado de enseñar a los pequeños cómo realizar apropiadamente dicha tarea para que, a su vez y dentro del tiempo suficiente, puedan enseñárselo a alguien más ignorante en el tema. Como casi todo en la vida, no basta con un solo intento para poder alcanzar la distancia y el mayor número de brincos posible, aunque algunos parecen nacer con el don.
Mientras se practica la ejecución, las bocas de los ejecutantes pueden charlar cualquier cosa que se les ocurra o en su lugar, como también se aprende con el tiempo, podrían quedarse calladas. Al parecer, existe cierto desahogo y relajamiento en aventarle piedras a la nada. La medición del tiempo, actividad que en cambio sí tiene utilidad, pasa de manera diferente al intentar hacer patitos adecuadamente.