Juventud, divino tesoro
Estamos en tiempos electorales -para nuestra desgracia-, debemos escuchar una y otra vez los spots de un determinado número de candidatos y partidos políticos en un bucle que parece interminable. Por más que uno desee abstraerse de tal bombardeo de promesas, resulta casi imposible no poder identificar ciertas frases o narrativas presentes en algunas de ellas.
Una que sin duda ha sido la preferida en los últimos meses, es la noción de juventud. Que es momento de los jóvenes, dicen por ahí; es tiempo de relevos generacionales. Como persona joven – y no tan joven según la Ley del Instituto Mexicano de la Juventud – el mensaje resuena en mí: también opino que muchos espacios de la vida pública, académica, cultural y artística requieren insuflarse de nuevas visiones y perspectivas, de nuevos aires, para acabar pronto. Quizá sí es tiempo de los jóvenes.
¿Pero qué es ser joven? ¿quiénes son los jóvenes? Aunque la respuesta pareciera obvia, una breve reflexión dejará notar que la juventud es un concepto tremendamente relativo y subjetivo. Lo que para un niño de seis años es un joven (quizá un adolescente de 13), no lo será para alguien de 70, que verá la juventud en un adulto hecho y derecho de 45 años. En este aspecto, la historia cultural y, esencialmente la historia de las mentalidades, nos ha mostrado que el concepto juventud posee una carga cultural e ideológica que ha mutado en el tiempo y en el espacio. Ser joven es un constructo histórico y social.
Por ejemplo, aunque parezca una verdad de Perogrullo, resulta que la juventud como tal, sí es muy joven. Hasta hace algunos siglos los jóvenes o incluso los niños, no existían como sector poblacional diferenciado. A pesar de los ritos de iniciación de las sociedades prehistóricas en donde sí se concebía un estado previo a la madurez, a partir de la Edad Media esta frontera pre-adulta parece desdibujarse.
Para el historiador Phillipe Ariés, después del cobijo maternal los seres humanos eran lanzados a la vida de adultos donde trabajaban en el oficio paterno o cumplían los roles asignados por su propia condición social. ¿Alguna vez ha visto pinturas que dibujan a niñas y niños vestidos como pequeños señores? He ahí la respuesta. Ese estado intermedio entre la más tierna infancia y la adultez, simplemente no existía.
Y quizá incluso para muchas personas hoy en la actualidad sigue siendo así; forzados a trabajar desde pequeños, se borra ese periodo que hoy velamos para que sea de aprendizaje y juego.
La corta esperanza de vida también tenía que ver con la inexistencia de la juventud. Una persona del siglo 14 podía morir apenas rebasando los 30 años en un mundo que ponía a disposición de la humanidad mil y un maneras de morir: enfermedades, guerras, asaltos, accidentes, insalubridad, entre tantas otras.
No fue hasta la aparición de un sistema escolarizado bien definido (entre los siglos 18 y 19) así como el surgimiento de los procesos de alfabetización asequibles a un mayor número de personas, que la juventud -e incluso la adolescencia- empiezan a aparecer como etapas de la vida bien diferenciadas.
Pero aún así, para muchos la juventud continúa siendo un concepto tan escurridizo, aunque anhelado. Aún nos movemos en la balanza de percibir a la juventud como el “divino tesoro” o como el símbolo de la rebeldía mal encausada y la inexperiencia sobresaltada.
Sin embargo, cada vez es más notorio que en el contexto actual la juventud es un valor excepcional que simboliza la renovación de un mundo y de un país que parece ha agotado las fórmulas. ¿Será este el momento de los jóvenes? Ya lo dirá el futuro.
Por lo pronto, jóvenes y no tan jóvenes esperamos que este año sea mejor en todos los sentidos. La que esto escribe le desea lo mejor este 2024.