La barroca Catedral
Hace poco alguien me preguntaba qué opinaba del nuevo retablo de la Catedral. Bueno, nuevo entre comillas, porque ya tiene más de 10 años, pero la palabra sirve para expresar que, para muchos, su apariencia contemporánea sigue dando un aire de novedad.
Mi respuesta fue que me gustaba bastante la manera en que Javier Marín había resuelto la dificultad de combinar el arte contemporáneo con la religiosidad: la Asunción de la Virgen posee un movimiento casi etéreo que la hace parecer que realmente asciende al cielo, y el misticismo de los franciscanos situados casi al pie del altar (san Antonio y san Francisco) resaltan su espiritualidad.
Sin embargo, ante la cara de insatisfacción que surgió después de mi respuesta, supe inmediatamente que no era lo que esperaba escuchar, ya que su duda iba encaminada a resaltar que ese altar no correspondía en nada al estilo barroco de la Catedral; un comentario que, debo decir, fue muy repetido allá en 2010.
Pero lo anterior es natural. Existe una inquietud común alrededor de este tipo de intervenciones, donde el deseo de restaurar algo a su apariencia originaria siempre sale a relucir, aunque en algunos casos -si no es que en la mayoría- es imposible. ¿Por qué? Porque han pasado siglos de historia y múltiples transformaciones, que aunque no estuvieron exentas de inconformidades, pasaron y nos cuentan también su propia historia. En las siguientes líneas quiero mencionar algunas de ellas.
El siglo 19, tan liberal y clasicista, decidió que el barroco era exagerado, de mal gusto y anticuado. Por ello, los retablos barrocos de la antigua parroquia mayor fueron sustituidos poco a poco -y casi de uno en uno- por la sobriedad de los altares neoclásicos (sin mencionar el deterioro natural).
Podemos imaginar que aquellos nuevos altares causaron disgusto entre la población acostumbrada a la riqueza de la madera dorada y los intrincados retablos, pero a final de cuentas se modificó.
Poco antes de finalizar el periodo decimonónico se llevó a cabo una restauración que involucró varios aspectos que terminaron por desaparecer en las modificaciones de la década de los 60 del siglo pasado.
Las renovaciones se llevaron a cabo entre 1893 y 1865 e incluyeron la realización de tres pinturas monumentales (un fresco y dos lienzos) que ornamentarían el altar mayor y las dos naves laterales.
El encargo se realizaría a dos artistas que estaban en la más clásica formación academicista de la época: Manuel Pastrana y Cleofás Almanza, ambos alumnos de la Academia de San Carlos que realizaron varias obras en nuestra ciudad.
El segundo de ellos, oriundo de San Luis Potosí, tuvo el encargo de hacer dos lienzos, uno para cada nave; no obstante solo terminó uno. El otro, quedó a cargo de un novel pintor local cuya obra se puede rastrear en León, Salamanca y Querétaro; se trató de Candelario Rivas.
En 1965 se llevaron a cabo una serie de restauraciones en las que se consideró necesario quitar los lienzos monumentales de los que hablamos anteriormente.
Se cambió el piso, sustituyéndose por uno de mármol y se procuró reparar algunas fallas de tipo estructural que provocaban goteras y otras fallas. Un periódico de la época recogió lo siguiente: “Los católicos zacatecanos están indigandísimos con el señor Federico Sescosse por haber ordenado que desaparecieran de la Catedral Basílica, de las naves izquierda y derecha, dos grandes murales que eran verdaderas obras de arte y que fueron pintadas por los maestros Cleofás Almanza y Candelario Rivas. ¡Por qué a tipos que tienen dinero en abundancia les han de cumplir todos sus gustos, a como dé lugar!”.
El nuevo retablo fue una de las más recientes adiciones, que nos recuerda que no podemos negar que las transformaciones pasan, que las modas, gustos y predilecciones varían conforme al paso del tiempo, junto con los consensos sociales en torno a lo que es bello o de buen gusto, y todo ello entraña una historia.
Ahora bien, con lo anterior no digo que toda restauración deba incluir elementos modernos que modifiquen completamente la esencia de un lugar; se pueden hacer cosas contemporáneas que vayan ad hoc con la estética circundante, tal como creo que se realizó con el retablo dorado que hoy vemos en Catedral.