Sobre astros, música, el amor y otros compromisos
Los días
Aprendimos a medir el tiempo según el movimiento de los astros, esas lucecitas en el cielo que, cada que hubo tiempo suficiente, volteábamos a comprobar que ahí siguieran ignorando que acá abajo, alguien tenía el hobby de estarlas espiando, dedicando la esperanza a su regreso.
El tiempo se volvió costumbre, aseguraba continuidad y difuminaba incertidumbre como suelen hacer también todas las demás costumbres.
A cada vuelta salía un sol más optimista que el que se había ido un poco antes de las 7 de la tarde, ése que habíamos despedido después de haber pasado el meridiano.
Abajo todo igual. Inventamos el norte y el progreso personal, inventamos madrugar para malbaratar el tiempo inútil que podríamos todavía dedicar a ver los astros. Inventamos los años con todo y sus fragmentos pulverizables y di-minutos.
Pusimos en la noche al infinito, la oscuridad nos sirvió para esconderlo. La implacable continuidad del cielo nos hizo sentir muy solos, muy breves, muy polvo. Proclamamos romántica la noche por decreto y le pusimos nombre al otro, luego al otre.
Aprendimos a sentir y a lucir como un nosotros, les dijimos amigos, les dijimos amores. Conmemoramos el regreso febril de unos planetas que nunca se enteraron que nos hacían los días ni de la íntima influencia del zodiaco.
Libertad por suscripción
A diferencia de la radio que repite las mismas canciones a cada rato, algunas plataformas digitales se volvieron muy exitosas porque le permiten al usuario elegir más o menos libremente lo que quiere escuchar a cambio, por supuesto, de una módica pero periódica cantidad que les autoriza liberarse de la aparentemente gratuita y pública imposición auditiva.
Dejando de lado a los pesadísimos, repetitivos y poco creativos anuncios electorales, comerciales y oficiales, las plataformas de paga le brindan al usuario una experiencia personal basada en el historial de sus propias elecciones. Según cifras oficiales, seis de cada 10 usuarios de internet utilizan dichas plataformas, en las que pueden, más o menos libremente, repetir las canciones que quieran el número de veces, donde y cuando prefieran. Esas canciones suelen ser las mismas a cada rato.
El astrológico y
canino amor político
A alguien se le ocurrió buscar lo que se decía sobre el amor en los diarios de mayor circulación. En dicha tarea encontró que casi siempre que se escribía la palabra, se hacía referencia a algún programa político que había sido bautizado bajo dicho apelativo y que estaba acompañado por alguna insignia oficial o con la finalidad de propaganda electoral.
También era frecuente encontrar la mención en los horóscopos como augurio de la pérdida, conservación o encuentro del, al parecer, bastante preciado y simbólico bien, para los que habían nacido bajo determinada posición de los astros algún específico día.
Finalmente, consultó a los anuncios de ocasión y halló invitaciones para adoptar mascotas que no tenían hogar, pero que lo buscaban junto con un poco de amor responsable.
Irresponsabilidad afectiva
Más allá del apestoso romanticismo progresista y radical, los amigos podrían diferenciarse de los amores por no esperar específicamente nada del otro. El compromiso que implica la amistad suele ser más bien voluntario e innecesariamente periódico e ininterrumpido.
Diferente es el exigente amor que requiere anillos, contratos, aniversarios y juramentos ante el dios de preferencia. Los amigos suelen, aunque no siempre, acompañarse en las buenas y en las malas, como bien reza el desgastadísimo cliché, no importa que constantemente sean más las segundas que las primeras y que los clichés siempre entren en desuso.
Con los amigos se pueden escuchar canciones de amor o desamor sin otro compromiso más que nunca darle la razón al destinatario. Se les puede leer mentirosos horóscopos y hasta de vez en cuando algún cuento, chiste o un cursi poema.
Se puede brindar, llorar, correr, reír y ser todo lo naturalmente idiota posible. Se pueden conjugar múltiples verbos en múltiples tiempos. El único prohibido es amar, porque entonces irresponsablemente se comenzaría a esperar algo del otro.