Sobre saber lo que se desea y lo que no tanto
Una de las particularidades del capitalista mundo actual es la insatisfacción permanente. Por una regla que reside en el propio nombre de la acumulación, los dueños de los medios de producción nunca están satisfechos de ganancias.
Es decir, Don Fulano de Tal o Doña Mengana por aquello de la políticamente correcta inclusión forzada, dueña o dueñe de ésta o aquella empresa, no amanecen un día queriendo bajar sus costos, malbaratar sus productos y mucho menos regalarlos nomás porque salió el sol muy bonito y cómo que se siente una marítima tranquilidad en el ambiente.
Quepa mencionarse que de todos modos no ha salido mucho el sol, la tranquilidad no es el más permanente bien y no hay mar alguno cercano en estos recientes días.
Por otro lado, los consumidores de a pie, trabajadores explotados, lumpenproletarios, pueblo bueno, pobres venadillos que habitan la serranía o como se le quiera decir a la gran mayoría del resto del mundo, tampoco satisfacen sus deseos, al menos no permanentemente. La gente trabaja no porque quiere sino porque debe, porque no hay de otra y resulta que las controvertidas becas y los apoyos sociales, todavía no son suficientes como para darse la vida digna que un ser humano mereciese, menos para aquellos aventurados que pretenden de la mano de dios o de diosa, ascender en la escala de esas cosas de las clases sociales, esos optimistas que aspiran porque respiran.
Se desea lo que no se tiene porque el momento en el que el deseo es satisfecho, llega la incertidumbre. Claro que en esos terrenos del deseo algunos optan por establecer fijamente sus preferencias por aquello de las habladurías, entonces pueden asegurar cuales son sus satisfactores favoritos en las canchas de la música, la comida o la marca de calzones.
También se pueden, por supuesto autodeclarar fanáticos del azar, los horóscopos y la bondad de los santísimos mártires. Todo sea por adquirir una identidad propia que no se parezca tanto a la del otro pero que tampoco sea tan distinta como para ser señalado por andar de diferente. Todo sea por ser alguien en la vida. Los clubes son grupos de insatisfechos que buscan tener afirmación al alcance de una mano que resulte conocida.
Ante la insatisfacción permanente, la distinción social es un artífice mecanismo o más bien una viable finalidad desechable. Resulta que ya nadie quiere lucir demasiado imbécil, demasiado pobre ni demasiado humano porque no vaya confundiéndose la gente y ande pensando que no se es lo suficientemente competitivo, intelectual, trabajador, sensible, poeta, zoon politikón u homo deus.
No se vaya a creer que todavía no se le encuentra sentido a la interesantísima y profunda vida del progreso que ofertan Apple, Amazon o Netflix. Por eso hay que recurrir a mecanismos que más o menos hagan parecer como si se tuviera idea de alguna finalidad del mundo.
Pueden ser libros, gadgets, corbatas o ya de perdido un caramel macchiatto venti personalizado de Starbucks. Hay que comprar todo lo que asegure a los ojos ajenos que sí puede gastarse inadecuadamente.
Más allá del dinero está el poder y nada como tener tantito para sacar el monstruo que todos llevan esperando pacientemente adentro. Subir un peldaño en las abstractas escalas sociales, o al menos así creerlo, supone adquirir superpoderes efectivos sobre los otros de abajo con los que ya no se comparten gustos, ideologías ni pobreza en los insatisfechos deseos.
El mundo capitalista apuesta por creer en la diferenciación vertical en la que unos valen más que otros y se miden en aplausos, medallas, diplomas o cualquiera de esos inventos perseguidores también de aprobación social, para que parezca que es muy cierto eso de la evolución de Darwin.
De tal modo que la mayoría de la insatisfecha población se conforma con superar el día tras día y tener más o menos asegurado un trabajo que garantice mantener su propia y chaparrita prole que, ya en su momento, tendrán también la oportunidad de insatisfacer sus propios deseos y sentidos para reproducir luego lo mismo.
Por fortuna, los hijos son garantía de la reproducción social, de la moda pocas veces, de la ideología algunas y de la mano de obra siempre.
Convenientemente, la insatisfacción del deseo también se puede heredar, algunos le dicen legados, costumbres o prestigio del apellido. La familia, en ese sentido, podría ser la entrañable garantía de continuidad de la oxidada mecánica del mundo, de las históricas aspiraciones, costumbres o valores, pero sobre todo y manteniendo siempre su punto central, de la insatisfacción permanente y, por fortuna, de la incertidumbre.