Celebradores
En la búsqueda por expresar lo que siente el ente humano ha recurrido a diversas manifestaciones, es común obsequiar chocolates, pasteles, flores o cualquier otra cosa con utilidad fetichista, todo en medida del bolsillo y pretensión del expresivo otorgante, los regalos están al alcance del supermercado más cercano, incluso para los menos creativos en el arte de obsequiar hay tiendas cuya exclusividad son éstos.
Cuestión de tomarse unos minutos para elegir entre peluches, flores o tarjetas algo que suponga satisfacción, sorpresa o gusto para el expresivo receptor; los motivos sobran y algunos hasta suelen ya estar señalados en los calendarios fabricados industrialmente, los días festivos se resaltan en rojo y suelen estar rodeados por nombres de santos que probablemente nunca se enteraron de su periódica importancia.
Hay un día para celebrar casi cualquier cosa, desde el amor hasta los gatos, la institucionalización de los rituales festivos se establece para regular en buena medida la agenda de los aficionados a expresarse, especialmente por cualquier razón innecesariamente racional porque éstos, además de pensar también adquieren gusto por sentir y que mejor que mostrarlo a través de ocasiones adjetivadas como especiales y con objetos casi únicos, pero menos animados que los obsequiantes.
Celebrar puede ser actividad cotidiana pero no tanto, hacerlo de la manera correcta se aprende con el agotable tiempo, el festejo adulto y responsable adquiere más especificaciones con la edad; los sintientes expresivos planean celebraciones que serán amplias o breves en medida de los días que se tarden en llegar.
Se celebra la vida, la familia, los padres, las madres, los abuelos, las tortugas, la tierra, la bandera, los muertos y casi todo lo que pueda ser nombrado y, por si fuera poco, cualquier ocupante de un lugar en el espacio es un digno celebrante.
El paso del tiempo provee a los temporales expresivos de una fecha de nacimiento que se podrá utilizar como anual pretexto y que incluye el motivo perfecto para recibir muestras de afecto disfrazadas de obsequios; un día se celebra seguir vivo para dejar de hacerlo el resto del año, porque eventualmente en algún momento no se podrá continuar el festejo y no quedará más que ser recordado en medida de los registros que queden para los que quedan, cumplir años encierra una efímera satisfacción que también radica en su caducidad.
Cuando se juntan los celebrantes comen, beben y charlan, disfrutan exclusivamente con motivo de la celebración en turno, actividades que podrían realizarse sin pretexto alguno pero que funcionan mejor si lo tienen; los festejos son imprescindibles para un flujo social apropiado, para quitarse de encima un poco del estrés que implican las menos celebrantes actividades cotidianas, en las fiestas está permitido actuar como no se podría en otra circunstancia.
La música es tan buena acompañante de las fiestas que a veces hasta que suena se siente el festejo, los celebrantes aceleran sus corazones a ritmos cadenciosos, las fuentes pueden ir desde músicos en vivo hasta el altavoz de un teléfono móvil, musicalizar ambientaliza la fiesta y otorga una contextualización a los rituales que la conmemoración supone.
De cierto modo, los bares ofrecen una simulación de fiesta al alcance de cualquiera que solicite el festejo inmediato, el negocio pone el ambiente, los motivos los aporta el cliente en turno; se puede reír, bailar, cantar y todas esas cosas que en recintos para el aburrimiento no lucirían tan apropiadas, porque los lugares también otorgan sentido a las acciones, los entes festejantes entran en modalidades tan rítmicas como la música que los contiene, parecieran que las cumbias aceleraran los corazones a un palpitar más adecuado, más vivo.
Las fiestas que salen bien adquieren vida propia y se olvidan los relojes y calendarios, se olvida la muerte, los festejantes prescinden de motivos porque se logra el objetivo, que era recordarse vivo y compartirlo, en un plano en el que ya no hay necesidad de obsequios, pretextos o fechas especialmente marcadas, celebrar se hace bien cuando por muy estricta que haya sido su planeación con el componente humano resulta diferente, luego se puede regresar a la rutina, entrando en espera de otro no tan distante pretexto de al menos por un día, otra vez detener un poco el tiempo.