Una de las certezas que derivan de la democracia es que, si es tal, la certidumbre final del ganador no existe.
Sucedió en España en 2004, con el atentado terrorista del 11 de marzo. El Partido Popular, gobernante en ese momento en la persona de José María Aznar, llevaba una clara ventaja según los sondeos.
Sin embargo, el atentado terrorista conmocionó a la sociedad española, y en la búsqueda de claridad sobre los culpables, el gobierno resultó errático en el manejo de la información y el establecimiento de una clara narrativa de unificación en torno a un enemigo no abstracto como podría ser “el terrorismo”.
Aznar y su equipo por reflejo político culparon a ETA, una agrupación que ya había perpetrado ataques terroristas antes. Una vez que el gobierno conservador navegaba en torno a su claro culpable, Al Qaeda, otra organización terrorista, se reivindicó inequívocamente el atentado.
Lo que dejó en el electorado español la percepción de que el gobierno era irresponsable al asignar una culpabilidad a la ligera. José Luis Rodríguez Zapatero, candidato del Partido Socialista Obrero Español derrotó a Mariano Rajoy, quien hasta antes de los atentados caminaba tranquilo a suceder a su correligionario Aznar en la presidencia.
El factor que provocó la voltereta fue el terrorismo, elevando sus posibilidades de influencia. Los terroristas no solo causaron terror, sino que incidieron en la vida política de un país con alta influencia económica y geopolítica en el mundo. Los juicios históricos persisten: muchos consideran que Zapatero le debió su primera presidencia al terrorismo islámico y no a los méritos persuasivos de su campaña. Y tal vez tengan razón.
En la campaña presidencial de Estados Unidos en 2012, todo podía indicar que Barack Obama andaría sin muchos apuros durante el proceso, pero hubo un ‘accidente’ que lo complicó todo: su pobre desempeño en el primer debate presidencial ante el republicano Mitt Romney. Obama lució desconcertado y errático y eso otorgó a Romney un impulso que lo acompañaría por los siguientes meses.
Eventualmente, Obama consiguió la reelección inclusive con 51 por ciento del voto popular, hazaña conseguida por muy pocos de sus antecesores.
También jugó en su favor al final otro imponderable: el golpe del huracán Sandy a todo el este de Estados Unidos, que paralizó las campañas y le dio al presidente la oportunidad de lucir como un líder capaz y resuelto en tiempos de crisis nacional.
Terrorismo y desastres naturales, son imponderables que se posan en la democracia y le suman a su veleidad natural. Hace exactamente 30 años México no era ni por asomo una democracia; sin embargo, el año 1994 sigue resultando un giro traumático que definió gran parte de los destinos del país y explica muchos de los sucesos históricos que hemos vivido desde entonces.
Hoy hace 30 años la rebelión zapatista en Chiapas daba un golpe y reconfiguraba el juego político. El candidato sería Colosio, pero emergía la figura del Comisionado para la Paz en Chiapas, Manuel Camacho Solís, quien cobraba alta relevancia dado el interés que el país tenía en el movimiento insurgente.
En los sondeos de la época, prácticamente ocultos a la opinión pública, Colosio no lograba establecer ventaja. Luego, agregar su asesinato como golpe brutal de tablero. Eventualmente el PRI ganó la presidencia. Aunque México no era una democracia ni siquiera en el plano electoral, eran los primeros visos de cómo decidiríamos nuestros destinos después, contando los votos de todos los ciudadanos.
¿De qué tratará este proceso que culmina en junio? Asumiendo que no habrá imponderables traumáticos podríamos decir que Claudia Sheinbaum se impondrá a Xóchitl Gálvez y a Jorge Álvarez Máynez, pero todavía faltan las campañas y los imprevistos inherentes a la vida democrática.