López Obrador es una anomalía, un caso insólito. Desde que comenzó su carrera política hace décadas se caracterizaba por ser un político cercano a la gente, lo cual le permitió construir una base de partidarios, hasta consolidar uno de los movimientos sociales —luego políticos— más importantes del país en su era moderna.
El presidente encuadra en el perfil de los mesías. Y con ello no suscribo el pueril etiquetado de Krauze, sino evoco una clasificación de marketing político para comprender el fenómeno.
Es tan mesiánico como Obama, Bill Clinton, Vicente Fox y Nayib Bukele. Figuras que por su magnetismo y su construcción de discurso pueden ofrecerse como proveedores de soluciones a los problemas que aquejan a una considerable proporción del electorado.
En ese contexto, López Obrador y su anómalo magnetismo es un fenómeno que vuelve a descuadrar los cálculos de estudiosos serios y comentócratas oficiosos.
Ahora la ecuación que rompe es la del llamado ‘lame duck’, o ‘pato lisiado’; en el argot estadounidense es el político cuya influencia va perdiendo poder porque sus declaraciones e iniciativas se toman como de alguien que “ya se va”.
En tanto, perderá vigencia y, por ello —determinan los actores políticos—, no vale la pena hacerle mucho caso. Lo anterior sería fabuloso para la oposición, pero en la realidad, AMLO dista mucho de ser un “pato lisiado”, pues es un líder inusualmente popular
Al no entender que López Obrador no se encuadra en los esquemas usuales de política en democracia, los opositores solo atinan a acusarlo —una vez más— de querer perpetuarse al plantear —por ejemplo— las 20 reformas.
En una discusión entre los opositores Damián Zepeda y Emilio Álvarez Icaza, el primero tumbó de un plomazo el argumento del segundo, quien precisamente decía que AMLO era antidemocrático por haber anunciado las iniciativas, a lo que Zepeda —conste, opositor— dijo “no tiene nada de antidemocrático, solo envió unas iniciativas como es su derecho”.
Los opositores están en su papel al atacar a su bestia negra, pero quienes realmente deseamos comprender lo que sucede en nuestro sistema político para prever escenarios de avance democrático debemos ser más objetivos.
Si López Obrador fuera un “pato lisiado”, sus iniciativas y toda su actuación y convocatorias en conjunto menguarían en relevancia para darle paso a los liderazgos entrantes de los jugadores que participarán con las campañas que inician mañana, el sistema se deslizaría con naturalidad a volcar su atención en “lo que sigue”, a costa de quitársela paulatinamente a “lo actual”. El presidente sería lo actual y perdería relevancia y fuerza y cada vez menos pondrían atención a sus mañaneras y comentarios.
En Estados Unidos los presidentes que cumplen su segundo mandato y están impedidos constitucionalmente para buscar la reelección, al momento de iniciar la campaña se constituyen en “lame ducks” y solo pueden aspirar, a lo más, a participar como integrantes de la campaña selectivamente en temas, regiones y sectores de la población donde son probadamente rentables.
Otra acusación es lo que la oposición llama el uso de recursos gubernamentales para influir, siendo que el único “recurso” del cual dispone es solamente su voz y figura transmitidos en canales gratuitos por Internet. En sexenios pasados el uso de un canal sin pagar pautas en medios masivos implicaría una difusión raquítica. De nuevo, el fenómeno AMLO hace parecer injusto el sencillo uso de una popularidad desbordante.
Como no es encasillable en la definición de “pato lisiado”, la oposición y comentócratas afines piden que se le regule conforme a su dimensión, lo cual solo conviene a ellos y solo para ver si logran rescatar votos; en el largo plazo, deformarían el juego democrático para meter en cama de procusto a todos los actores por “culpa” de un político anómalo, un “Peje no lisiado”.
Pero no entenderlo es parte de las razones por las que se enfilan a una derrota tal vez más aparatosa que la de hace seis años.