El autoengaño de la mala comunicación gubernamental
Desde hace varios días, a través de mis redes personales, espacios informativos (periódicos, radio, televisión y medios digitales) y grupos de aplicaciones de celular, abundan diferentes mecanismos de promoción tanto de gobernantes, gobiernos y de aspirantes a cargos de elección popular.
Comenzó el torbellino de la competencia electoral en la búsqueda del poder político y gubernamental en el plano federal en este país y de la renovación de una parte de ellos en algunas entidades, como Zacatecas.
Algo que me llama muchísimo la atención desde hace varios años, es analizar la perspectiva que de la comunicación hacen los equipos de gobierno, que deviene en cosas que conocemos como “comunicación política” y como “comunicación gubernamental”, que he visto en ocasiones discutida como “comunicación social”.
Como sea, no es interés de esta colaboración hacer una discusión científica, tecnológica o filosófica de los conceptos de comunicación gubernamental o social, sino simplemente llamar la atención sobre un fenómeno que en ambas puede llegar a ocurrir a quienes se encargan de esas responsabilidades: el autoengaño.
Un elemento fundamental de la comunicación gubernamental es… una materia de comunicación. Sí, sí, sé que suena gracioso no dimensionar una materia, pero créame que no es fácil entender, conceptualizar, caracterizar y definir un sujeto o un objeto que contemple características de interés general, que genere curiosidad, satisfacción, necesidad de seguimiento.
Todo esto, en conjunto, se puede significar por ser un gran consenso por medio del cual exista aceptación-seguimiento a determinadas perspectivas y aseveraciones del gobierno en turno.
Aquí el punto medular es la caracterización de la comunicación (contenido) y el posterior uso de herramientas (medios de transmisión de la información o tipos de medios de comunicación) por medio de los cuales se difunde, disemina y reproduce el objeto, en relación con la realidad. No olvidemos que esta última es una construcción social aderezada o influida por la percepción de las cosas.
Con eso en mente, lo que quiero señalar es que, desde un punto de vista particular como ciudadano, me es hasta triste observar en determinados actores gubernamentales un uso de determinadas estrategias comunicaciones que no están vinculadas a la realidad. Si bien buscan una mayor penetración a través de una figura política personal/individual -y en consecuencia, consenso-, lo cierto es que me parecen estrategias fallidas porque están disociadas de la realidad y del sentir común.
Desafortunadamente, muchos mensajes gubernamentales son momentáneos, huecos y hasta torpes, y van de la mano con una “manipulación forzada” de canales de comunicación (adeptos, colaboradores) que sirven como una mera guía de transmisión, pero no de convencimiento del mensaje. Y ahí está la gran diferencia.
Un error garrafal de un vendedor es no creer en su producto. Imagínese usted ser un médico y atender a un agente de una farmacéutica que le está invitando a que recete una nueva medicina para determinado padecimiento.
El poder de convencimiento del agente comercial tiene que ser de tal magnitud que el médico, que ha empleado posiblemente durante años otro tratamiento, ahora se enfrente a la posibilidad de cambiar de suministro medicinal. ¿Me explico en el ejemplo? Querer vender pan frío es una empresa compleja, que inicia con un déficit y que implica no entender que puede usar un horno de microondas para calentarlo poquito. Pero así hay vendedores.
Por eso, los agentes políticos o gubernamentales ahora se han convertido en gran medida en actores -literal- que buscan vender fantasías, lo cual sucede en las épocas de campaña. Pero una vez que resultan triunfadores, se convierten en un verdadero bodrio o decepción porque pasaron de una etapa de ofrecer a una de cumplir en donde, entre otras cosas, deben construir ese consenso -impulsado por la comunicación- pero no forzado por ella.
Piense Usted en este momento en el ejemplo más reciente que tenga de una figura política o gubernamental en la que Usted confió y que ahora es una verdadera calamidad en su actuar o bien, simplemente la ha decepcionado y quizás está esperando esta próxima jornada electoral para mostrar ese rechazo.
La consecuencia de no entender la construcción social que es la realidad en un momento determinado es que, en muchas ocasiones, ese alejamiento de la realidad lleve al actor gubernamental a enfrascarse en un discurso simplón, tenga recursos retóricos limitados, obligue a subalternos y a estructuras a reproducir mensajes vacíos y se convenza a sí mismo de que todo está bien. Lamentablemente la realidad le dará bofetadas que lo pondrán en feo y triste lugar en la historia política.
Hay un cuento infantil que es muy elocuente y aplica en este tipo de situaciones. Hans Christian Andersen en El traje nuevo del emperador aborda, a través de la palabra escrita, los valores y características de arrogancia y soberbia de un mandatario, pero también el comportamiento nocivo de un círculo de confianza que no es bueno para el gobernante. Al final, la visión inocente de ¡un niño!, es la que devela el engaño al rey. Una lección de todos los días.
*Doctor en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Administración Pública.
Facebook: PonchoDelReal; escríbeme a alfonsodelrealzac@outlook.com