Palimpsestos
Vocación por el éxito. Pareciera que debido a la exigencia de la cultura globalizada, los tiempos actuales requieren ser capaces de hacer tanto como sea posible, si son cosas que parezcan imposibles, mejor.
Los mejores empleados, por ejemplo, son aquellos que hacen mucho y piden poco, son los que siguen al pie de la letra los mandamientos patronales aderezados con la suficiente lambisconería adecuada y por supuesto, sin chistar en ejecutarlo. Profesionales en seguir instrucciones.
Los buenos estudiantes, por su lado, deben de tener tiempo y aptitud suficiente, no para memorizar, sino para razonar los problemas prácticos de la realidad fuera de sus libros, acompañados por supuesto, con el sustento teórico de lo que se aprende en las variadas asignaturas multimodales.
Deben, por un lado, luchar contra los problemas del capitalismo, la modernidad y todos esos males vigentes pero, por otro, procurar tener un futuro prometedor en el que se pueda ser útil y producir lo más haciendo lo menos.
En la escuela se puede aprender, ya de perdido, lo suficiente como para poder teorizar contra el maldito e injusto sistema pero siempre desde un justo y cómodo escritorio. En la escuela también se aprende a ser buen empleado.
La utilidad de las distancias
En la época de la interconexión global inmediata e inalámbrica, hablar con los que se tiene al lado ya no resulta más necesario y a veces ni siquiera atractivo.
Estos días y estas noches más bien parecería ser mayormente valorado hablar con los que se encuentren lejos, distantes o ya de plano no estén. Poder así comunicarse con aquellos a los que se les pueda mandar caritas, audios o palabras adornadas múltiples expresando todo eso que no se puede expresar en vivo y que a lo mejor ni se quiere, sea debido a la distancia o nomás porque se ha vuelto completamente innecesario acompañarse presencialmente.
En una sociedad de solitarios contar con compañía permite creer en el engaño de poder vivir felices por siempre, aunque siempre sea más bien sólo posible en un momento del pensamiento y la soledad no termine por dejar de acompañar. Nada se desea más que lo que no se tiene tanto ni tan seguido.
Extraño a Fulano hasta que está conmigo y puedo decirle todo lo que siento. Actualmente la gente se valora más cuando se extraña, así que, en una de ésas, nada como alejarse de vez en cuando de los seres queridos para poder valorar y ser valorados mejor, hasta que otra vez, vuélvanse necesarios los adioses.
Recordar con la calle
Las calles viven a través de la dinámica de la gente que las anda y viceversa. Las avenidas principales de una ciudad son como ríos que, aunque se llamen igual, nunca son los mismos.
A los andadores, calles y avenidas hace falta nombrarlos porque no vaya la gente a confundirse y no saber por donde volver después de haberse ido. Soy Fulano y vivo entre la calle héroe de la patria y avenida ex presidente del PRI, cruzando por una memoria patriótica y un valor tradicional o buena costumbre socialmente promovida.
Las calles de noche parecen dormir y a veces hasta tener pesadillas que suenan como taconeos o gritos de borrachos solitarios, locos o desvelados que seguro también se llaman fulanos.
Las calles huelen a pan, a orines de gato o a la cercanía de un hogar. Por ellas se puede ir pensando en lo que se va a hacer cuando se vuelva o cuando no se vuelva jamás. Ver a la gente pasar es la función de las ventanas para poder así saber que se es uno y no lo otro el que está del lado opuesto.
Las calles tienen nombres para que los que las cruzan no se vayan a olvidar de recordar todo eso que ya estaba ahí antes de que tuvieran memoria. Las calles ayudan a saber qué y de dónde se es, para entonces, poder olvidar apropiadamente.