Historias y maternidades
Hace algunos meses realizaba una investigación sobre temas de patrimonio en la hemeroteca de la Biblioteca Mauricio Magdaleno. Mis esfuerzos se dedicaron a viajar por la década de los 40, 50 y 60, en un sinfín de periódicos que recogían acontecimientos de los más variados.
De repente me detuve en un ejemplar de Actualidades de Zacatecas, con fecha de 8 de noviembre de 1948. Mi investigación sobre las medidas de protección al patrimonio local cesó cuando leí un titular que me dejó helada: “Hiena que mata a su hijo, arroja su cuerpecito a los perros”; mi estimado lector no me juzgará al confesar que me detuve a leer la nota completa.
Sin ser muy amplia en los detalles gráficos que el reportero no tuvo empacho en anotar, diré que se trataba del caso de una joven quien, después dar a luz, asfixió al bebé por temor a ser descubierta, dejando su cuerpo en la calle.
El reportaje anotaba que la chica de 19 años fungía como empleada doméstica de varias casas en el municipio de Juchipila. Posteriormente se daba detalle de cómo fue aprehendida y reprendida por las autoridades y sin señalar más sobre su destino o sentencia, el autor de la nota tampoco se detuvo en exclamar adjetivos similares a hiena, bestia, desalmada, entre otros.
La nota me dejó pensando en aquella historia no contada que posiblemente había detrás: una joven de escasos recursos, sin ninguna educación sexual, con la preocupación de la honra deshecha y escasas prospectivas futuras, se dejó llevar por la desesperación y el miedo.
Por estudios sobre el infanticidio en CDMX en la década de los 40 y 50, sabemos que historias como ésas eran comunes. Lo que no era común era la búsqueda de las razones ni de aspectos de prevención. Siempre se hacía énfasis en esa maternidad desnaturalizada, cruel y anómala; una cara de la moneda que se quería ocultar detrás de la cara de la desviación social.
Buscando en la web encontré varios trabajos específicos sobre la maternidad en México. Muchos de ellos recogen lo que es un hecho probado: la maternidad es un constructo social que se ha modificado a lo largo del tiempo.
Por ejemplo, durante el periodo virreinal la mujer y la mujer madre, seguían siendo vistas como personas en permanente minoría de edad que requerían de la compañía rectora de un hombre.
Las madres tenían la obligación de ser forjadoras de los próximos hombres virreinales, enclavadas en el contexto de las labores domésticas “del bello sexo”, sin tratar de preocuparse en temas vanos como la moda y mucho menos del ámbito público.
El siglo 19 vio la institucionalización de valores como el amor materno, indispensable para la crianza de los hijos, el valor fundamental que era propugnado por intelectuales y filósofos de la época.
La exaltación del valor maternal llegó hasta el siglo 20, época para la cual fue impensable que existieran “hienas” como las que describió aquel reportero en el municipio de Juchipila. El 10 de mayo surgió precisamente como una celebración para honrar y valorar el trabajo, dedicación y esfuerzo de las madres mexicanas, en una suerte de maternidad edulcorada.
No tiene nada de malo festejarlo y ciertamente estoy más que de acuerdo en hacerlo. Las madres deberían ser eternas, no hay ningún refugio más dulce que sus brazos.
Sin embargo, maternidades hay tantas como historias, y visibilizar aquellas que se viven en soledad, en pobreza, en desempleo o en violencia, es tan importante como celebrar el amor incondicional.
Apenas en esta semana, el Inegi nos mostraba cifras que deberían ser preocupantes: tres de cada 10 mujeres son jefas del hogar, demostrando que las paternidades ausentes son todavía un problema nacional.
Además, apenas un 32.8 por ciento de las madres del país tiene educación media superior o superior, mostrándonos también que la realidad de las mamás mexicanas no es tan dulce como en ocasiones pretendemos creer.
Hoy festejemos, gocemos, abracemos y celebremos a las madres, pero reconozcamos que aún tenemos una deuda social con aquellas a quienes la maternidad no les es tan sencilla, en un cúmulo de fallas estructurales que van desde el difícil acceso a la educación, la salud, la vivienda, hasta la desigualdad y la falta de oportunidades.