La democracia es la peor forma de gobierno, excepto por todas aquellas otras formas que se han probado de vez en cuando.
W. Churchill
¿Por qué debemos votar? Ha costado mucho llegar al punto donde la suma de todas nuestras voluntades constituye la distribución del poder y la responsabilidad de quienes nos gobernarán.
La democracia debe cuidarse. Son irresponsables quienes la vulneran con trampas de discurso. Desde los que no tienen empacho ético en inflamar el debate con calumnias, infundios, majaderías y simplonerías, hasta quienes compran el voto y recurren a métodos que vulneran la libertad de elegir en cualquiera de sus formas.
Cada elección es un indicio de normalidad democrática y al mismo tiempo la oportunidad de refrendar al sistema. Conjugamos nuestros valores en torno a un futuro común.
Hablando generacionalmente, quienes nacimos durante los 70 y 80, vivimos el paso del autoritarismo priísta a la transición que desembocó en el triunfo de Vicente Fox en 2000 y pasamos la traumática aduana de 1994 con el estallido zapatista, el asesinato de Colosio y el error de diciembre que devino en crisis económica.
Ha pasado mucho desde entonces. Y se equivocarán las generaciones recientes al menospreciar la herencia democrática que hoy disfrutamos. Costó persecución, sangre y años de lucha.
Debemos poner el sistema de partidos al servicio de los ciudadanos y no de los partidos. El triunfo morenista de hace seis años fue un intento firme para lograrlo.
Seguimos lejos, pero cada paso es una oportunidad para confirmarlo (tal vez de manera gradual o abrupta) o enmendar. De hecho, ésa es una de las principales bondades de la democracia: su capacidad de autocorrección. Si algo no funciona, lo discutimos como sociedad y se modifica. Sea el grupo gobernante, un sistema distributivo, un conjunto de leyes, detalles de convivencia o todo un sistema. Dichos cambios solo se operan en favor de la ciudadanía cuando la estructura opera a su servicio.
Al margen de que están enfrentados dos proyectos distintos y contrapuestos de nación (como lo viene diciendo AMLO desde hace décadas), no podemos negar que en la maraña de narrativas hay dos visiones también confrontadas sobre cómo construir una sociedad equitativa. Y ambas visiones tienen trasfondo ideológico (aunque a muchos les de flojera el término).
Por un lado, está la izquierda que ve la política y las decisiones públicas como una dinámica de acción colectiva y cree en la redistribución de la riqueza para poder construir desde la base una sociedad más justa; por otro está la derecha que se postula desde un individualismo, tanto en lo económico como en lo personal para edificar prosperidad en un marco de libertades.
Ambas defienden sus bondades y entrañan humanas contradicciones. Alguna vez recomendamos en este espacio que el lector se haga el examen ideológico; hoy lo repetimos.
Será muy saludable en estos tiempos de urgente participación y politización que cada elector encuentre un momento de serenidad y responda un ‘test’ como la “Brújula Política” (https://bit.ly/3UGD7Dk ) o “8values” (https://8values.github.io/ ), este último para mí es mejor aunque lamentablemente sin versión en español.
En lo personal me resisto a creerme el cuento petatero de que la democracia está en peligro. No creo que “si no votamos en esta elección, puede ser la última”. Eso es un discurso partidista disfrazado de ciudadano; afortunadamente ya muchos electores tienen detectadas sus reales intenciones y no lo compran tan fácil.
Lo que no quita que debamos hacernos responsables en lo individual de nuestros destinos. Tomarle la palabra a la participación pasa por sacudirnos idiotismos y pasividades.
Y hablando de “idiotes” (como en la Grecia clásica se llamaba a quienes tenían derecho de ejercer su ciudadanía pero no lo hacían); este término, lamentablemente todavía tan vigente, lo comentaremos a la próxima.
Pero por lo pronto debemos interiorizar la verdadera razón del voto, que es comprometernos activamente con nuestro entorno para construirnos juntos un destino.