GESTIÓN DE RIESGOS
PRESIÓN ARTERIAL. La ciudad está viva, tiene cuerpo y está compuesta por gente casi siempre apurada por llegar a algún lugar donde está lo que consideran necesario. Las personas encuentran sus propios pretextos para no parecer tan sedentarias e intentan moverse mucho y muchas veces, aunque sea, encima de carricoches impulsados por electromecánicos motores y en realidad se mueven poco, pero en diferentes lados.
Las necesidades que permitieron inventar los autos fueron llegar más lejos con el menor tiempo y esfuerzo posible. La gente in-corporada a las ciudades también se puso de acuerdo para establecer horarios laborales, escolares y en general productivos y así, poder evitar todas las incertidumbres previsibles para una previsible rutina. Todos los días, esto funciona más o menos saludablemente en un rutinario y circulatorio sistema.
A ciertas horas del día, las arterias de la ciudad se constipan y no dejan que fluya esa gente apurada que, por más que lo intente, siempre llega tarde a cualquier lado. La lentitud no es una característica del progreso y, por lo tanto, tampoco es urbana.
No se sabe muy bien si la ciudad impone la velocidad a los ciudadanos o son ellos los que le imponen su pulso. El tráfico poco fluido irrita a todos los que intentan fluir, aunque ya sepan que van a llegar pidiendo otra vez disculpas o con descuentos de una disciplinada impuntualidad que pareciera religiosa.
OTROS QUE PIENSAN
Regularmente nadie tiene tiempo de pensar qué es lo que piensan otros seres medianamente pensantes y que no sean ellos mismos. Se considera una pérdida de tiempo andarse preocupando por lo que ocupa la cabeza de los otros, porque regularmente, ni lo que ocupa la propia queda tan claramente entendido.
Los que se preocupan por tratar de entender qué es lo que piensan los demás seguramente lo hagan para poder venderles algo o al menos para convencerlos de que sirvan voluntades ajenas con algún lucrativo o ventajoso fin.
Los psicólogos, por ejemplo, a veces piensan en lo que piensan los otros para apoyar a desenmarañar problemas aparentemente irresolubles, pero también, hay otros medios más místicos, mágicos y hasta ridículamente lejanos a la empatía. A los que no son psicólogos y que, aunque lo sean no se preocupan por eso, también les queda empatizar, es decir, imaginarse que son lo que no son e intentar sentir lo que otros sienten, aunque sea de a mentiritas. La ficción, en ese sentido, tal vez requiera de tantita empatía para entenderse, o mejor aún, para disfrutarse.
Cuando la voluntad tiene nombre propio tal vez se vuelva empatía, cuando no, importa poco quienes tengan la razón. Cada quien sus opiniones, pero enterarse de lo que piensan los otros puede servir, aunque sea para saber cómo nunca se va a pensar.
MELANCOLÍA VOLUNTARIA
En las fotografías cabe el tiempo. Tomarse una foto es enterarse si es verdad eso que dicen los engañosos espejos quesque reflejan la realidad; como a veces no coinciden, hay que evitar creerle mucho a alguna de las dos versiones.
Quién es ésa que se refleja al otro lado de la pantalla y que sonríe como si estuviera muy feliz, quizás en una de ésas y sí estaba. Quién es ése que ya no es pero que representa todo lo que no pudo preverse y poquito de lo que sí, quién es ése tal yo.
Sentarse a ver fotografías requiera quizás tiempo para sentir lo que rápido se va y lo que no quiere irse tan fácil. Algo dicen las fotos que no es muy evidente. Los retratos se cuelgan en las paredes para que la gente sepa quién vive ahí, aunque no esté, para que sepan también ellos a donde se puede volver.
En el mejor de los casos, las fotos caducan menos pronto que lo fotografiado, en el peor, hay fotos que nadie verá ni tomará. “Todavía recuerdo aquel día como si estuviera ahí, yo no era tan bonita y quizás tampoco tan feliz, pero así parecía y eso es lo que importa”.
“Quisiera regresar a eso que recuerdo, aunque nunca sucedió”. “Quisiera ver otra vez sus fotos para acordarme lo que sentía, me encantaría hacerlo ahorita que tengo tiempo porque mañana hay que trabajar y, seguramente habrá algo nuevo por olvidar”.