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No existe nada más liberador, para la aterrada alma, sobre todo en estos años de muchos balazos y más ideológicos bandazos, que revisar los diarios y leer declaraciones cada día más aterradoras, como saber que en los Estados Unidos de América, este martes (día en que escribo mi colaborechon) hay elecciones para designar Presidente o Presidenta.
¿Ya hicieron sus apuestas? Según el diario español El País, las cosas están al rojo vivo: unos le dan el triunfo a Donald “Fiestas Diddy” Trump y otros más a Kamala Harris. ¿Cuál de ellos será más benéfico para las relaciones con nuestro país?
Difícil pregunta, sin lugar a dudas, porque sabemos de antemano que quienes gobiernan los EUA son las poderosas trasnacionales, quienes están detrás de los candidatos. Y, entonces, algunos se preguntan, ¿quién es el menos malo? Otra pregunta complicada.
Nuestra relación con Estados Unidos ha sido y seguirá siendo complicada. Todas las voces de los medios tienen intereses muy claros con alguno de los contendientes.
Los periódicos más conservadores apoyan a Trump (el Wall Street Journal, por ejemplo) con sus asegunes, pero no dejan de tener predilección por el vociferante candidato, de un populismo ramplón, que piensa que ya ganó y si no, entonces llamará a sus ultraderechistas fans a tomar otra vez el Capitolio y armar un desmadre como el que nos regaló hace cuatro años.
El sistema electoral norteamericano, es de los más antiguos y terribles que existen en el mundo moderno. Su elección indirecta de presidente, donde deciden los colegios electorales, ha pasado de moda en el mundo entero, pero los grandes capitalistas prefieren mantenerlo para evitar que los ciudadanos elijan de manera directa a quien será el titular del Poder Ejecutivo por cuatro años.
Y es que no basta tener muchos votos para ganar; aquí el asunto es obtener los votos electorales de los grandes estados para erigirse en el caudillo político.
Veamos el ejemplo de 2016. Hillary Clinton candidata del Partido Demócrata obtuvo 65 millones de votos y Donal Trump, del Partido Repúblicano, 62 millones. Pero Trump triunfó en los colegios electorales de los estados con 306 votos, mientras Hillary solo tuvo 232.
Este anquilosado sistema evita que sean los ciudadanos los que elijan a su presidente y lo deja en las manos de los estados, unos más conservadores que otros.
Para ganar un candidato debe obtener por lo menos 270 votos de los estados (de un total de 538). ¿Qué pasaría si empataran? Es decir si cada candidato obtiene 269 votos, ¿Quién sería el triunfador? Una enmienda (la décimo segunda) a la Constitución norteamericana de hace dos siglos, señala que en caso de empate será la Cámara de Representantes la que designará al Presidente (o Presidenta).
¡Qué desmadre! Así es, estimados lectores y lectoras. El pueblo norteamericano no ha podido transformar su sistema electoral y aún permanece atado al sistema mayoritario, sin permitir abrir su sistema político a otras opciones político-ideológicas. Tal y como se construyó desde la promulgación de su Constitución, el sistema solo sirvió para formar dos facciones anticuadas que en nada han contribuido al desarrollo político del país más poderoso del mundo.
De lo que sí estamos seguros es que este anticuado sistema solo beneficiará al gran capital y los presidentes seguirán siendo peones de sus intereses.
Tanto se quejan de nuestras reformas electorales, tanto se quejan de las elecciones en otros países y nadie dice nada de su sistema electoral caduco. Pero les vamos a mandar a Fernández Noroña, para que les de unas buenas clases de sistemas electorales y de partidos a ver si aprenden algo y dejan de meter sus narices en el mundo.
En calidad de mientras, urge que se pongan las pilas y pongan en práctica aquello de que “cada cabeza es un voto” y mandar los colegios electorales al Smithsonian.