The Nutcracker
No existe nada más liberador, para la aterrada alma, sobre todo en estos años de muchos balazos y más ideológicos bandazos, que revisar los diarios y leer declaraciones cada día más aterradoras, como saber que el mundo atraviesa por situaciones por demás terribles.
La interminable guerra en Ucrania, los abominables crímenes del sionismo contra el pueblo palestino, la tragedia en Valencia (España) por la negligencia de las autoridades. ¿Qué le está pasando a la humanidad que, en esta involución, está convertida más en una bestia irracional que en un ser racional?
La irracionalidad parece ser el signo de nuestros tiempos. Violencia en todo el mundo, hambre, niños masacrados por las bombas israelíes, comunidades en Zacatecas donde el agua no existe. Así de triste se presenta, una vez más, la festividad católica de la Navidad.
La presunta natividad de Cristo (lo que algunas iglesias niegan) en diciembre se empaña para los católicos, la mayoría sin sentido de humanidad para los que menos tienen, muy dados a celebrar un acontecimiento que deberían de honrar siendo solidarios con el prójimo.
Pero no, se sientan en las grandes mesas llenas de manjares, olvidando que aquél que nació en un pesebre les llamó a amar a sus semejantes. Pero no, en el mundo no hay amor. Hay odio, miedo, temor de que la violencia les alcance y les llene el cuerpo y el espíritu de tristeza, coraje e indignación.
No basta llenar una ciudad de foquitos, adornos o supuestas villas llenas de afecto. Gastar recursos en nimiedades no le quita el dolor a una familia que perdió a seres queridos, en una escalada de violencia que ellos no generaron, pero que pagan con su vida.
Debemos crear mecanismos para arropar a la gente que sufrió violencia, debemos construir sueños junto a ellos, debemos de sentir su tristeza guardando sus lágrimas en la memoria.
Pienso en los padres y madres que perdieron a sus hijos en la criminal guerra en Gaza. Veo las fotografías de pequeños seres, diminutas aves arrasadas por las bombas. Ya no hay lágrimas en los ojos de los padres, nada sale de sus ojos más que incredulidad.
Asimismo, veo a los valencianos derramar lágrimas y coraje después que la DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) arrasó con comunidades enteras, sin que nadie (siendo una obligación de las negligentes autoridades) les avisara de la aproximación de la catástrofe que dejó cientos de muertos y casas sepultadas por el lodo.
Veo a los rescatistas sacar cuerpos inertes dentro del lodo, veo -tratando de ocultar la mirada por la tristeza- personas de la tercera edad gritando por ayuda, por agua, por comida. ¿Qué está pasando en el mundo?
Las excusas de las autoridades valencianas son las mismas que escuchamos en otras regiones del mundo (autoridades sin el más mínimo sentido de humanidad).
Pero también veo personas queriendo sacar provecho político de la tragedia, lo que no es raro; mientras que otras, se solidarizan señalando los errores de los funcionarios y la falta de mecanismos de protección para este tipo de tragedias naturales.
Y así, tragedias naturales y de la mano del hombre, deshumanización creciente, así como la falta de empatía y de amor por los demás.
Porque, amar a los demás también implica trabajar por el bien común sin la codicia que les gana a ciertos funcionarios por enriquecerse antes que ayudar al semejante.
Se requieren cambios, sí, pero también se requiere recobrar la humanidad que por ahí perdimos. ¡Alto a las guerras de exterminio! ¡Alto a la corrupción! ¡Qué viva la humanidad!