Mitos urbanos: ciudades subterráneas
Sin miedo a equivocarme podría decir que no hay leyenda más gustada y reproducida en muchas ciudades coloniales de Latinoamérica que aquella que dice que bajo nuestros pies se esconden intrincadas redes de pasadizos secretos, túneles laberínticos con algún misterioso propósito.
Según las leyendas -porque hay muchas-, estos caminos subterráneos fueron creados para huir en tiempos de guerra, para desaparecer con cuantiosas sumas monetarias o incluso para esconder amores prohibidos.
Y aunque al hablar y al guisar hay que poner un granito de sal, lo cierto es que muchas de estas historias se han alimentado de exageraciones y leyendas que han construido un gran e interesante mito urbano: bajo nuestras ciudades se esconden muchísimos secretos que hay que desenterrar.
Pero la realidad parece ser, en la mayoría de los casos, menos interesante que la ficción. Hay muchas ciudades latinoamericanas y mexicanas que cuentan con túneles o pasillos subterráneos, pero su origen o antigua utilidad es mucho más cotidiana y menos sazonada que aquella que alimenta las leyendas.
No solo el origen alimenta la imaginación: la forma, el tamaño y especialmente la longitud, son factores que se prestan a la fantasía; hay quienes afirman que bajo nuestra ciudad se encuentran túneles que llevan hasta Fresnillo, por increíble que parezca creerlo, pero lo que es cierto es que su presencia es innegable en muchas ciudades mexicanas.
Por ejemplo, en la ciudad de Puebla existe un buen número de subterráneos que llevaron a algunos entusiastas a decir que la Angelópolis era como Roma.
Desde la primera mitad del siglo 20 y especialmente durante la aplicación de la Ley Calles (Ley de Tolerancia de Cultos), muchos conventos fueron cerrados y apropiados por las autoridades locales que comenzaron a darles distintos usos.
En ese momento, la fantasía y el deseo de encontrar tesoros escondidos provocaron excavaciones cuyo resultado fue el descubrimiento de catacumbas y túneles. Su utilidad era obvia: las primeras servían para el enterramiento de los religiosos que pasaron a mejor vida, mientras que los pasadizos subterráneos conectaban al convento con el templo.
Otros servían como acueductos que conducían el agua hacia el convento para saciar las necesidades de sus habitantes, algo muy común en las antiguas ciudades coloniales.
Existieron cámaras subterráneas que servían como aljibes, acueductos o cañerías o como habitaciones donde podrían conservar los alimentos perecederos. El más famoso de los túneles poblanos es el que ahora lleva el nombre de “Pasaje histórico 5 de mayo”, cuyo uso militar durante la Intervención Francesa le aportó los elementos necesarios para ser ahora uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad.
También se habla de túneles en las ciudades de México, Guadalajara, San Luis Potosí, Campeche, Morelia, Monterrey, Oaxaca, Guanajuato y seguramente en toda ciudad que exceda los 200 años de antigüedad.
¿Y en Zacatecas? Hasta la pregunta es necia. Seguramente también ha escuchado historias de tesoros escondidos en amplios túneles que llevan de Catedral a Santo Domingo, de Santo Domingo a San Juan de Dios o de Catedral hasta el ex Convento de Guadalupe.
Evidentemente era natural que estos espacios conventuales tuvieran catacumbas y espacios subterráneos que comunicaran el templo con el convento.
Según una entrevista aportada por el cronista de la ciudad, Manuel Gónzalez Ramírez, hasta la fecha el único pasadizo oculto del que se ha comprobado su existencia, comunica el antiguo colegio jesuita (hoy museo Pedro Coronel) con el antiguo Colegio de San Luis Gonzaga, en las actuales instalaciones de la preparatoria número 1 de la UAZ.
Su presencia es bastante lógica: los religiosos podían pasar rápidamente de un edificio a otro sin tener que salir a la calle. En varias ciudades latinoamericanas se ha comprobado la presencia de túneles que comunicaban los edificios jesuitas.
Nuestro mayor tesoro subterráneo se encuentra en el Arroyo de la Plata, embovedado en el siglo 19 después de haberse convertido en la cañería de la ciudad. Si tenemos un túnel de longitud considerable, es ese, pero nada tiene que ver con pasiones prohibidas o arcanos secretos de algún eclesiástico virreinal.
Esas historias forman parte de los imaginarios en torno a la ciudad, que aunque muchas veces fantasiosos, son parte de la memoria colectiva aun cuando allí no haya pasado lo que se dice que pasó.