Sobre lo que está ocurriendo tenemos muchas opciones, que pueden resumirse en dos. Vamos por partes. El mundo está implosionando y se precipita a cambios de difícil pronóstico. Sistemas fijos y con certezas perennes se desestabilizan porque las masas creen en valores líquidos.
Los sistemas democráticos no rinden resultados, por lo que terminan sucumbiendo. La gente comienza a cansarse de votar cada dos, cuatro, seis años sin ver mejora en sus condiciones de vida y comienzan las experimentaciones. En el mejor de los casos los modelos políticos que se perfilan a democracias liberales mutarán a otras formas de democracias “menos liberales”.
Las democracias eligen a Trump, a Meloni y a Milei; lo mismo a Sheinbaum o a Petro. El régimen denominado la 4T en México hace lo que puede por sacudirse hegemonías políticas económicas y empresariales, desdeña la narrativa neoliberal y se distancia de oligarquías, despertando el activismo iracundo de oligarcas.
Mientras tanto en Estados Unidos, la cuna del liberalismo económico y de sistemas eficaces y con Estado de Derecho, eligen a un criminal convicto como presidente. Éste, al asumir el cargo, se acompaña de la oligarquía no solo para la foto sino para ser parte activa en el gobierno.
Más o menos como imaginar a Claudia Sheinbaum nombrando a Carlos Slim o Ricardo Salinas Pliego en algún puesto “a la medida” relacionado con competencia y regulación económicas. Imaginar el futuro asociado al presente con una enorme dosis de barbitúricos.
Pero en el caso de Estados Unidos, entregando el futuro a mediano y largo plazo para que las hegemonías económicas se repartan el mundo. En el juego, China se sube al ring de la Inteligencia Artificial (IA) contra el gigante norteamericano.
En el proceso, los seres humanos, o sea todos los usuarios de la IA, participarán del encuentro. Serán espectadores y definirán al ganador. ¿Quién perfeccionará a la IA? El usuario, conforme la use, un reality show. O todo está bajo control y estos cambios desembocarán en modelos renovados que funcionarán “mejor”, o la entropía mueve todo a una lógica aleatoria donde “el caos es un orden que no entendemos”.
Hace 25 años observábamos cómo occidente se deslizaba de la modernidad a la posmodernidad, de valores absolutos basados en el progreso, la razón y la ciencia a la era de la realidad subjetiva y fragmentada, de la construcción “de razón” a la deconstrucción de ideas y grandes narrativas.
Y es en esa placa de Petri, que prosperaron los escenarios más enloquecidos cohabitando con valores líquidos. Hace 30 años hubiera sonado disparatado que un hombre inmoral para los moralistas termine encabezándolos en la lucha política, transpirar indiferencia, vender biblias, invocar a dios y ser condenado en una corte por devaneos sexuales con una estrella porno.
En el juego de simulaciones quedó claro que los valores morales, el hilo que constituye la fibra de Estados Unidos según sus alas más tradicionales, se puso al servicio de los liberales para descarrilar a un conservador por manifiestos actos de inmoralidad. La realidad en fentanilo.
Los cambios todavía no terminan de operar. Los sistemas políticos seguirán reconfigurándose con miras a establecer nuevos balances, la democracia se pondrá a prueba y veremos la solidez o liquidez de su capacidad para guiarnos en la toma de decisiones colectivas, para transitar a un mundo de alta presión donde los valores en los que tanto creímos, de tan líquidos, se evaporarán.