México.- Los 10.1 millones de hombres y mujeres mayores de 60 años que viven en México representan 9 por ciento de la población del país, y unos 7 millones viven en la pobreza, incluso 800 mil en la marginación extrema, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).
Datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) señalan que de cada 100 adultos mayores 26 tienen alguna discapacidad, además de que la diabetes es la principal causa de ingreso hospitalario y de muerte.
“Esta es una crisis de civilización porque el progreso de la vida moderna vino a dislocar las estructuras en que habíamos vivido, donde los viejos tenían siempre un lugar relevante dentro de sus familias y comunidades y ahora es lo contrario, pues así como crece exponencialmente la población de estas personas, decrece el respeto, el cuidado y la atención que merecen”, señaló Juliana González Valenzuela, profesora emérita de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
“Si queremos rescatar un poco de humanismo elemental se tiene que respetar y proteger a los adultos mayores en todas las modalidades, no sólo en la médica, que indudablemente es la básica, sino también en el sitio físico que se les otorga para habitar, y el lugar moral que se les ha de conceder”, afirma la catedrática.
“Resulta éticamente inadmisible el desplazamiento que sufren porque ni las familias, o la sociedad, tienen la manera de integrarlos a una vida digna y humanizada. Las ciudades, en especial, son inhóspitas, invivibles particularmente para los adultos mayores, marginados en el mejor de los casos a los asilos, o simplemente en las calles o suburbios”, agregó.
Según cifras del Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (Inapam), 3 millones de personas de más de 60 años se hallan dentro de la Población Económicamente Activa (PEA), pero de éstos cerca de 2 millones trabajan en el sector informal, sin sueldo fijo, sin seguro ni prestaciones, y sólo uno de cada cinco recibe una pensión.
González Valenzuela calificó como un signo de barbarie el hecho de que reciban, además, maltrato, en primera instancia, por sus propios familiares.
“Esto no sucedió ni entre los griegos o romanos, ya no hablemos del papel de los viejos en Mesoamérica, donde hasta hoy son significativamente respetados, incluso consultados, reconocidos en su propia experiencia y madurez. Claro está que no es el caso si está enfermo, senil y pierde sus facultades, pero aun así, no debe desamparársele”, alertó.