JEREZ DE GARCÍA SALINAS. Ante la adversidad de pasar por uno de los peores pasajes de su vida, al ser desplazadas por la inseguridad, las mujeres de Jerez, adultas o jóvenes, continúan siendo el soporte principal para sus familias y sacan el valor, incluso de enfrentarse a los delincuentes por defender su casa.
No obstante, lo doloroso que resulta regresar a sus hogares únicamente para tratar de recuperar lo que de éstos se pueda, al verificar que los delincuentes los convirtieron en reguero de desperdicios, las mujeres desplazadas sacan fuerzas para no desmayar cuando desearían hacerlo y salvan la vida poniendo a Dios por testigo.
Las historias se cuentan en las zonas desplazadas: en Palmas Altas, en Ermita de los Correa o en Sarabia.
La situación que decenas de mujeres viven es similar y el sufrimiento también. La pérdida de seres queridos arrastrados por la delincuencia y sus pertenencias, hechas a base de años de esfuerzo y mucho trabajo, eso mismo “que nadie nos regaló”.
Su vida, trabajar
Carmelita (nombre ficticio), tuvo ese deseo de desfallecer al ver su casa en Sarabia convertida en zona de guerra. De su esposo escuchó, “no te vayas a desmayar, no puedes caerte”, le dijo tras advertirle lo que vería: Parte de su casa semiderrumbada en una refriega que dejó ahí olor a muerte y destrucción.
Por terminar la construcción de su casa, Carmelita fue capaz de levantarse a las 3 de la mañana durante muchos años para viajar de un rancho a otro, en su moto, a ayudarle a su padre en la tortillería y luego, lejos de tomarse el tiempo para descansar, después de juntar una suficiente cantidad de tortillas, iba a repartirlas y hasta entonces volvía a su casa.
Las lágrimas pretendieron jugarle una mala pasada cuando comentó ese esfuerzo que ahora considera en vano, al ver su casa semidestruida.
Fue un trabajo de muchos años, relata. De ayudarle a su esposo para tener una mejor vida, una mejor casa. Además, en pequeñas parcelas tenía su producción de calabaza de cuya última cosecha logró reunir 15 mil pesos.
Orgullosa, la mujer mostró dónde estaban sus huertas ahora destruidas al no tener quién las cuide y se conformó con recoger las pocas que no se echaron a perder para venderlas y que le puedan dar algo de ahorros para seguir con su vida en Jerez, donde paga una renta, por lo que sigue vendiendo tamales, cocinando menudo y limpiando dos casas.
Sobre la destrucción de su casa, comentó que ya sabía que alguien la habitaba en su ausencia, pero no se imaginó que encontraría aquella escena. Con esfuerzos, Carmelita se dice con ánimo de seguir trabajando como siempre para seguir adelante.
Valiente
En Palmas Altas, a sus 80 y tantos años, doña Mary respondió a unos fúricos visitantes que le exigieron abrir su puerta muy de mañana o atenerse a las consecuencias: “Dios está conmigo y con mi familia y si Dios quiere, usted me va a matar ‘orita, pero si él no quiere, aunque usted quiera”.
“Se cree muy valiente”, respondió uno que decía ser “el jefe” y ordenó a uno de sus secuaces a traer las esposas, cuando ella reviraba a sus visitantes que no tenía ningún tipo de armas como ellos pretendían, “de dónde las saco, si hasta ‘orita que se las veo sé cómo son”.
El delincuente solo le dijo que “si para la 1 (de la tarde) ustedes siguen aquí, son mujeres muertas”. Todavía la mujer sacó fuerzas para preguntar, “bueno, y en qué me voy a ir, si ya me quitaron mis troquitas ¿en qué me voy a ir, a pie?”. Ese, sería su problema, contó después como anécdota, sin dudar que invocar el nombre de Dios le salvó la vida. Para salir del pueblo le llevó 12 horas de viaje hasta Jerez, en un interminable raid.
Los frijoles
Cuando huyó de su casa en Palmas Altas, Rosita tuvo que recoger del arroyo una ollita de tamaño mediano que le pareció perfecta para cocer sus frijoles. Al tener la oportunidad de ser acompañada por el Ejército y autoridades de los tres órdenes de gobierno para recuperar algunas de sus pertenencias, lo primero que aseguró de llevar fue una olla grande, humeada de la cocción en leña, y con un respiro comentó, “me llevo mi olla que tanta falta me hace”.
Así sacó algunos otros objetos, entre ellos un par de fotografías que guardaba como el más preciado tesoro, cubiertas en un trozo de tela: “me las encargó mucho mi esposo. Llevo tres calzones, con esos tengo, y mi delantal siquiera pa’ echar cosas”.
Luego, orgullosa mostró a lo lejos a un joven de 16 años que manejaba un tractor. “Mire, ese es mi hijo, mi muchachito, Dios me lo bendiga ¿viera cómo me salió trabajador?, Dios me lo bendiga donde quiera que vaya”.
Su hija muerta
Con parálisis cerebral, la hija de Amelia, de 80 años, finalmente falleció en enero. “Le encantaba vivir en esta casa”, expresa la mujer entre llanto. La huida quizá tuvo que ver, pero reconoce que su hija tenía cáncer.
Al aprovechar la oportunidad de volver, sacó lo poco que pudo llevar hasta Guadalajara, donde vivirá sus últimos años, porque de su casa tendrá que despedirse para siempre.
Su defensora
Para Don José, su mujer es su motor y su soporte. “Cargo con ella para todos lados, para que me defienda”, expresa con un poco de humor, aunque mostrando en sus palabras la tristeza e impotencia de salir del hogar que construyó con ayuda de su esposa y años de sacrificio.
“Salí a buscarle a la vida mientras ella cuidaba la casa y a los hijos”.
A sus 78 años, Don José se siente respaldado por su mujer, que insiste en que antes de irse deben almorzar algo. Antes, le ayudó a arrastrar un pesado refrigerador para subirlo a la camioneta que los elementos de seguridad terminaron de acomodar en el vehículo.
Trabajadores y honrados
Al exigir que no se le tome foto ante el temor de ser detectada por sus agresores, una joven mujer grita con desespero: “Que el gobierno nos ayude, nos sacaron a balazos”; las lágrimas ruedan y la voz se corta. “Es tanta la rabia y la impotencia, ¿por qué no nos ayudan?”.
Entre llanto, platicó que su esposo tuvo el sueño anhelado de niño de un día ser dueño de su propio tractor para el que ahorró seis años, que logró comprarlo hace tres meses. Los delincuentes se lo robaron; “nos sacaron a balazos. Ahí venimos, tengo que dejar encargados a mis hijos chiquitos para ayudarle a él, para que no le pase nada”.
“Ahora minimizan nuestro dolor, deberían vivir esto para que sepan (las autoridades). Solo somos gente honrada, trabajadora, que no se mete con nadie; que el gobierno nos ayude, minimizan que somos pocos, si es nuestra vida”, expresó.
“Se los va a llevar el diablo”
Apenas ve que alguien se acerca, Antonia quiere ser escuchada para contar su desgracia. “Se llevaron todo, mi sala, mi comedor, me dejaron sin nada. De la tienda también se llevaron todo, expresa mientras echa un vistazo rápido y corre a uno de los cuartos.
Siente alivio al ver que sus colchas, esas mismas que con talento y esmero tejió, seguían en la parte alta del closet. La blanca, la rosa, la beige, todas tejidas a mano. Al menos su esposo sí quiso llevárselas.
De sus pérdidas comentó, “esto no es justo, uno con sacrificio hace las cosas; qué malos son (los criminales). Qué hombres tan malos, se los va a llevar el diablo”, expresaba mientras buscaba ropa para sus hijas. Dos pares de botas nuevas que le gustaban mucho, por maldad, se las hicieron desaparecer una de cada una, “ya para qué sirven”.
Al expresar que no deseaba volver porque sabía lo que iba a encontrar, la mujer expresó: “solo vengo por los recuerdos”.