Calicles, poeta de Roma, fue condenado a muerte por haberle faltado al respeto a Calígula. Sucede que el emperador escribió una Oda a la Madre en versos yámbicos tan malos que Calicles le dijo sin poderse contener: “Está bien que hagas versos, pero no odas”. Eso enfureció a Calígula,-, y ordenó que el bardo fuera arrojado a los leones en el siguiente Festival de la Cultura Latina. Comentó: “Las fieras no saben que es poeta, y así no tendrán ningún reparo en comérselo”. Al conocer la terrible sentencia las mujeres se afligieron, pues Calicles era un gran amante, supereminentemente dotado y diestro en todas las artes de Venuc Calipicia. Rara era la romana que no había gozado la viripotencia de aquel toroso másculo. Así pues formaron una comisión a fin de hablar con el emperador y pedirle clemencia para él. Las escuchó Calígula entre bostezos y luego respondió: “No puedo retroceder, y menos aún echarme para atrás. La sentencia está dictada y no admite apelación. ‘Iudex non debet lege clementior esse’. El juez no debe ser más clemente que la ley. Además ‘Pulchra mulier nuda erit quam purpurata pulchrior’. Una mujer hermosa se ve mejor desnuda que vestida de púrpura. Eso es de Plauto, y está muy bien dicho aunque no tenga nada que ver con la cuestión que nos ocupa. El condenado Calicles condenado está. Idos a vuestros quehaceres mujeriles y a mí dejadme en paz. Tratar de convencerme es ‘mulgere hircum’, como tratar de ordeñar un chivo”. Las comisionadas, pesarosas, se encaminaron a la puerta. Dijo una con voz triste: “Lástima grande que Calicles muera. A más de inspirado poeta es formidable semental, el mayor del Lacio. Ni diez mujeres bastan a dejarlo lacio”. Calíugula alcanzó a escuchar aquello y detuvo a las señoras. “A ver, a ver, a ver -dijo con interés notorio-. ¿Cómo está eso de que Calicles puede yogar con diez mujeres seguidas y mantenerse firme?”. Replicó la que había hablado: “Diez no son nada. En cierta ocasión dejó ahítas a cincuenta, y él quedó fresco y pimpante”. “Vaya, vaya, vaya -ponderó el emperador poniéndose una mano en el mentón-. Eso podría servir de diversión al pueblo, ahora que todavía no hay futbol. Ordenaré que se lleve a cabo un espectáculo en el Coliseo. Si Calicles logra hacerles el amor a cien mujeres, una tras otra, le perdonaré la vida”. Se llevó a cabo la función. Un centenar de voluntarias se ofrecieron para participar en ella. Por cierto las primeras que se anotaron fueron Agripina, la mamá de Nerón, y Popea, su esposa, pero el organizador les dijo que no podían participar en el concurso por aquello del nepotismo, etcétera. El circo romano se llenó con una ansiosa multitud. Salieron las cien mujeres y el público las saludó con un cortés aplauso. Cuando Calicles apareció en la arena, sin embargo, se oyó una ovación atronadora. “¡Forza, Italia!”, clamó la plebe enardecida al tiempo que hacía la ola. En el centro del coso se había puesto un lecho. Sin esforzarse nada Caliclesdespachó a diez mujeres, veinte, treinta. Llegó a la número 50 sin siquiera despeinarse. Tras hacerle el amor a la 60 pidió un vaso de vino, cosa que preocupó a los aficionados. Al terminar con la número 80 dio señales de fatiga. Se hizo un hondo silencio cuando al llegar a la 90 se vio que a Calicles se le estaban acabando las fuerzas. Con fatigas dio cuenta de la 91. En la 92 se mostró extenuado, y más en la 93. Batalló bastante para cumplir con la 94. En la 95 tuvo que esforzarse considerablemente. El público estaba en suspenso. La número 96 representó para él un desafío en el cual tuvo que empeñar los últimos arrestos que le quedaban. Casi no pudo ya con la mujer número 97. Al terminar con la 98 pareció que se iba a desplomar. Reunió todas sus fuerzas, sin embargo, y haciendo un sobrehumano esfuerzo fue capaz de hacerle el amor a la 99. Cuando llegó la número 100 Pitocles ya no pudo más. Cayó de espaldas en el lecho, y con los brazos rechazó a la bella mujer que se le ofrecía. Entonces todos los aficionados gritaron a todo pulmón desde las graderías: “¡Eeeeeeeeeh, puto!”. FIN.
MIRADOR
HISTORIAS DE LA CREACIÓN DEL MUNDO
El Señor hizo a la mosca.
Tan pronto cobró vida, el molestoso insecto empezó a revolar en torno de la cabeza de Adán.
Daba el hombre en el aire con las manos, tratando de alejar a la importuna, pero la mosca evadía los golpes y seguía zumbando alrededor del hombre.
Adán se desesperaba. Si se alejaba la mosca lo seguía. Bordoneaba, insolente en sus oídos; se le paraba en la nariz. El hombre se desesperaba.
-¡Carajo! -exclamó lleno de irritación ya sin poder contenerse-. ¿Por qué hizo el Señor a la mosca?
Lo oyó el Creador y contestó divertido:
-Para que los hombres se preguntaran por qué la hice.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“Se inundan calles de la Ciudad de México”
Gabinete desquiciado…
Un gobierno que anda mal.
¡A la ciudad Capital
le llueve sobre mojado!