Una tradición zacatecana
El día de hoy en mi calle se festeja a la Inmaculada Concepción. Mientras lee estas líneas, la danza de matlachines -de obvias raíces indígenas-, se desarrolla en torno a un grupo de personas que acudieron a celebrar su devoción a la Virgen María, reviviendo un rito que lleva años desarrollándose entre cantos, rezos y mucha reliquia.
Pero comencemos por el principio…
El culto a la Purísima Concepción de María fue un punto de polémica para el catolicismo de la Edad Media. Dominicos y franciscanos se enfrascaban en acaloradas discusiones para dilucidar si María, la madre de Jesucristo, había nacido con la mancha del pecado original o no. A través de los siglos, la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María se fue consolidando hasta que en el siglo XIX se convirtió en dogma, lo que implicaba que el tema no se podía debatir ni refutar, simplemente aceptar. Aquí lo importante es que en el territorio nacional se afianzó como una de las devociones más populares y extendidas, no faltando en ninguna ciudad o estado, una parroquia o catedral dedicada a la Purísima Concepción de María.
Esta devoción llega al territorio que hoy es México con el mismo Hernán Cortés. Su estandarte, hoy resguardado en el museo de Historia del Castillo de Chapultepec, porta la imagen de la Virgen María con las estrellas rodeando su rostro, uno de los elementos más distintivos de la Inmaculada. Según el propio Bernal Díaz del Castillo, cronista del proceso de conquista, el estandarte acompañó al ejército español en todas sus incursiones representando la inmersión religiosa y cultural de la Inmaculada Concepción en el lejano siglo XVI.
Fueron los frailes franciscanos los promotores de este culto que rápidamente se extendió a varios puntos del territorio novohispano a través de la tutela de las cofradías y hospitales, especialmente en los llamados pueblos de indios.
En Zacatecasel culto a la Inmaculada se asentó con la creación del pueblo de la Concepción de Tlacuitlapan, al norte de la ciudad, donde se concentraron los indígenas de procedencia tlaxcalteca, que como bien sabe estimado lector, fueron traídos del centro del país para pacificar a los indígenas chichimecas de esta región que eran considerados salvajes y belicosos y que vaya que hicieron batallar a los españoles. En este pueblo, hoy ocupado por uno de los barrios de mayor antigüedad y tradición, se fundó la cofradía de la Limpia Concepción en 1568, aunque también hubo otras fundadas a esta misma devoción en la iglesia parroquial (hoy nuestra Catedral), el convento de Santo Domingo (hoy San Juan de Dios) y en el pueblo indígena de Chepinque, en una capilla cuyos restos todavía podemos ver en la plazuela del estudiante en las inmediaciones de la Alameda.
Actualmente, son muchas familias y parroquias las que siguen festejando esta solemnidad y el mantenimiento de dicha devoción ha permitido a su vez la permanencia de otras tradiciones culturales que le dan sabor e identidad a nuestra región. La famosa reliquia conformada por el zacatecano asado de boda, no sólo está presente en las festividades de San Judas Tadeo o de la Guadalupana. El día de hoy, muchas calles se visten de fiesta para conmemorar a la Inmaculada Concepción convocando así a vecinos, devotos, curiosos o antojados.
Al respecto hay que recordar que este platillo es típico de nuestra región y es totalmente desconocido para habitantes de otras latitudes del país. Si bien es cierto que en otros estados se tenga la costumbre de ofrecer algún platillo en celebración de un santo, el término “reliquia” -así como el contenido de la misma, es decir, la típica sopa de pasta y guisado- es exclusiva de esta región de la república, compartiendo características en estados como Coahuila y Durango. Es así que, en agradecimiento a favores recibidos durante el año, familias enteras se congregan para alimentar a vecinos y desconocidos en un acto de fe totalmente desinteresado. Es un gasto que se planea con un año de anticipación y que conlleva también un enorme esfuerzo físico. El mismo ritual lo veremos quizá a mayor dimensión en los próximos días con el festejo de la Virgen de Guadalupe, pero a final de cuentas, ambas son expresiones de un mismo fenómeno que recalca nuestro sincretismo cultural y también esa característica tan mexicana de unir a la sociedad en torno a la fe y a la comida.