Falta nuestra voz
A pesar de acompañar esta opinión con mis mejores deseos de que usted y su familia se encuentren gozando de salud y bienestar para este año que recién inició, no cabe duda que para muchos zacatecanos resulta difícil conciliar los buenos augurios con la situación en la que se encuentra nuestra entidad, y que precisamente en el cierre del año pasado y el inicio del que comienza, se nos presenta como una serie de capítulos llenos de tristeza y desesperación.
No han cesado las ejecuciones, masacres y ataques en los que, lamentablemente, también han perdido la vida inocentes, menores de edad, víctimas de la falta de conciencia de asesinos sin alma, que han dejado a familias enteras en la desazón por la desaparición de esas personas.
De igual manera, sufren también ya cientos de familias que siguen buscando, afanosamente, a algún familiar desaparecido, cuyas fichas de búsqueda oficiales inundan, literalmente, las redes sociales tanto de Zacatecas como del país entero. Esas familias actúan movidas por la esperanza de encontrar a sus familiares… aunque sea sin vida, pero encontrarlos, al menos para despedirse de ellos.
Hace algún tiempo, podíamos ver manifestaciones en las calles de nuestras ciudades, casi siempre ligadas a los reclamos que, de manera regular, expresan agremiados sindicales para exigir derechos laborales; o las de grupos de padres de familia que demandan mejores servicios educativos para sus hijos; o incluso transportistas que se manifiestan inconformes con la distribución de los trabajos disponibles para ellos.
Pero ahora, se va haciendo más común ver manifestaciones desgarradoras de padres, madres, amigos, conocidos, que exigen una y sólo una cosa: Justicia. Justicia para sus desaparecidos; justicia aplicada a quienes los desaparecieron; justicia para toda una sociedad hambrienta y sedienta de ese concepto que, tristemente, parece tan lejano a nosotros precisamente por la falta de una estrategia que cierre el círculo y nos permita nuevamente vivir en paz.
Todas esas manifestaciones, que se replican de ciudad en ciudad, son todas coincidentes en el reclamo y en el dolor. Son voces que se unen, en la distancia y en el tiempo, con la esperanza de que los oídos a los que lleguen sus clamores no se hagan sordos, y pongan las manos a la obra en aquellas tareas para las que están ahí, en la función y el servicio público que, se supone, debería poner un alto a las atrocidades que vive nuestra sociedad.
Siguen esperando, además, que nuestras leyes, nuestras instituciones de procuración e impartición de justicia, actúen soportados en todo el peso de la normatividad, y le den el castigo oportuno y apegado al derecho a quienes quebrantaron la ley atentando contra cualquiera de los miembros de esta sociedad tan dolida. Y no, no creo que sea mucho pedir, sino simplemente pedir lo que, en justicia, se merecen.
Muchas veces nos hemos encontrado aquí mismo, en estas líneas, con la pregunta: “¿Cuántos más?”. Y nos seguimos haciendo el mismo cuestionamiento, y se los hacemos a ellos: ¿Cuántos más desaparecidos, levantados, asesinados, secuestrados, niños y niñas muertos se necesitan para que su conciencia les mueva a hacer las cosas diferentes, para buscar una solución más duradera y eficaz a esta problemática que nos aqueja? Me parece que ni siquiera se necesitaría mencionar una cifra, y paneas uno solo más de cualquiera de estos casos debería hacerles responder con mayor prontitud y eficiencia.
Pero quizás falta que se unan más voces al reclamo para hacerse escuchar, pues casi siempre sólo una parte de la sociedad -la parte afectada directamente, las familias- se manifiesta; y ahí nos preguntamos dónde están los partidos políticos, los movimientos sociales, las iglesias, los gremios, los equipos deportivos, los clubes de servicio, etcétera.
Quizás el silencio en que muchos de nosotros nos encontramos sumidos es parte de la irresponsabilidad en que incurrimos como sociedad; quizás es momento de que empecemos a valorar que nuestra voz es también necesaria, y a valorar que es primordial pasar de ser simples espectadores de la tragedia, a comprometernos activamente con aquellos a quien, sin conocerlos, son también parte de nuestra familia zacatecana. A eso, queridos amigos, les invito este día.