En defensa de los pobres políticos
Algunos pesimistas aseguran que en México no hay democracia, que los políticos solo buscan enriquecerse obteniendo lo más, haciendo lo menos. Que el poder, por más idealistas, independientes y comprometidos que sean quienes se convierten en actores políticos, termina corrompiendo sus tiernitas y sensibles almas.
Y bueno, podría decirse que era de esperarse que a una persona que trabaja mucho y obtiene poco, le caiga medio mal saber que hay otras que trabajan poco y ganan mucho.
Cuestión de consultar las casi diminutas cifras que quincenalmente caen a las tarjetas de débito de las, los y les diputados, senadores, gobernadores, secretarios, subsecretarios, jefes de departamento, directores y todos esos apelativos que se usan para justificar sus excelentes contribuciones a la visible mejora social.
Algo habrán hecho bien esos casi súper humanos que manejan súper bien las instituciones, aunque sea nomás hacerse compadre de algún otro casi súper humano, porque, así que digamos que los súper votantes ven desquitados los súper salarios, pues no súper tanto. Pero, seguramente, los beneficiados tendrán sus propias y optimistas opiniones que eventualmente le enterarán al pópulo.
En estos corrientes días, todos o al menos muchos, sin afán de insulto personalizado, añoran arduamente convertirse en políticos, a lo que convendría tal vez preguntarse ¿Qué ofrece la carrera política que no ofrezca otra vocación igual de decente?
¿Por qué tantas ganas de contribuir al desarrollo, atención y solución de problemas públicos? ¿De dónde les ha surgido tanta empatía por eso a lo que le dicen el pueblo?
Y tal vez un “buen” político podrá dictar un discurso que conteste todas estas preguntas, es más, tal vez hasta lo repita como acto de stand up a donde quiera que vaya, automatizado, subiendo y bajando los tonos de voz y evocando situaciones sensibles para que los oyentes que están ahí, casi voluntariamente, le aplaudan con tanto ímpetu que hasta termine creyéndosela.
Algo tendrán los políticos que a veces hasta encarnan las esperanzas de tener un buen padre o buena madre que vea por sus chiquitines, que les ayude a enfrentar el mundo cruel al que fueron arrojados sin pedirles consentimiento. Ahí andan todos muy contentos en sus fotos para que la gente se entere qué es lo que les andaba haciendo falta.
Que sospechosista pensar que algo se oculta detrás de todos los folletos, trípticos, carpetas, termos, sombrillas, playeras, sudaderas, camisas, loncheras, bolsas, mochilas, fundas, libretas, cachuchas, plumas, carteras, banderitas, banderotas, pines, posters, monederos, mandiles, chetos, churros, cilindros, calcomanías, llaveros, tarjetas, despensas, pelotas, bastones, juguetes, maletas, hieleras, chalecos, comales, vasos, tazas, cacerolas, abanicos, lonas y todos esos regalitos marcados con los nombres que luego aparecerán en una de muchas boletas que luego se tacharán, en el mejor de los casos, con una crayola negra y que luego se contarán para que después se anuncie que unos ganaron y otros no tanto y a los que sí, se les aplauda y festejen, luego aparezcan a agradecer la casi libre decisión de los votantes y ya con el tiempo, desaparezcan por un periodo determinado y nadie sepa que fue de los dueños de esos nombres que aparecían en tantos regalitos, a menos que, en contra del otrora popular postulado maderista, busquen relegirse. Entonces de nuevo habrá folletos, trípticos, carpetas…
Los pesimistas que aseguran que en México no hay democracia podrían estar equivocados. Cuestión de preguntarle a alguien que sí sepa, como esos opinólogos que pululan asegurando cosas en las columnas de opinión de los diarios, en los intelectualísimos círculos académicos o ya de perdido, hasta dentro de los mismísimos ámbitos políticos.
Todo se resuelve preguntándole a los gobernadores, senadores, diputados, secretarios, subsecretarios, directores, subdirectores, jefes de departamento o cualquiera de esos que ya se cercioraron que sí existe y que la vieron manifiesta con sus propios ojitos soñadores, es más, que hasta era del mismo color que su partido.
No vaya la gente a creer que nomás están ahí por intentar hacer lo más con lo menos y que, lo único que pretenden, es primero convencerse ellos mismos de que son indispensables. En una de esas y la vocación política podría ser casi como cualquier otra vocación, sin necesidad de ser súper humanos o compadres de alguno.
Tal vez hasta los actores políticos están dispuestos a trabajar mucho y a ganar poco como casi todos los demás, como las inmensas mayorías que, según los postulados democráticos, no podrían estar equivocadas.