Hay un ángulo de los argumentos de la oposición al Plan B que prefiero ilustrar reproduciendo una secuencia de conversaciones con unos alumnos europeos que estudian en la institución donde doy clases.
—Profesor, ¿usted qué opina de la marcha que harán las personas que no están de acuerdo con el Plan B del presidente López Obrador?
—Allí más que la marcha, sería comentar el plan mismo—, contesté.
—¿Usted qué opina de él?
—Hay cosas de él que son necesarias y hasta urgentes, pero ¿Tú lo conoces?
—He batallado mucho para conocerlo. Todo mundo opina sobre él, pero nadie me da ejemplos de por qué es tan malo.
—Algunos consideran que la propuesta vulnera la imparcialidad de nuestro organismo electoral. En eso la oposición ha acertado en convertir en sinónimo el INE y la democracia.
—¿Pero sí se les puede considerar sinónimos?
—Yo creo que no necesariamente, pero se ha logrado asociar el uno con la otra.
Después de decirles dónde buscar la reforma y recomendarles buscar un análisis comparativo del estado de las cosas antes y después de la reforma, despedimos la conversación, hasta vernos esta semana, después del domingo.
—Maestro, logré ver la reforma y después de platicar con dos amigos que le saben al tema, ya logré entender cuál es la objeción de la gente, aunque pienso que el tema no amerita tanta alarma. Tal vez hay cosas que ignoramos, pero no veo que en México haya autoritarismo: la prensa y la gente dicen lo que quieren…
—México vivió muchas décadas en un régimen autoritario. Ese recuerdo pesa en mucha gente.
Luego, uno de ellos me dijo:
—Por el trabajo de mis padres he vivido en lugares donde esa libertad no sería posible. Lo que sí me parece impresionante fue lo que vi en los discursos de la marcha, en las declaraciones de los líderes ante la prensa y en redes sociales.
—¿Qué viste?
—Sólo vi juicios de valor contra la reforma, pero no vi ningún argumento. Todo mundo decía defender la democracia, pero nadie pudo dar un sólo ejemplo de por qué estaba en peligro. Alguna comparación como, “el órgano electoral está así y con la reforma funcionará así…”. Inclusive, a la prima de unos amigos que me quiso explicar, la exasperé sin querer, porque le dije que me parece que la gente sólo se pronunciaba en función de lo que quería creer, no de lo que realmente era cierto.
—¿Cómo fue eso?
—Sí, por ejemplo, la gente solo se retroalimenta con las conclusiones con los que está de acuerdo pero no busca fundamentos. Pero tal vez por eso los discursos en Ciudad de México fueron así.
—¿Cómo fueron?
—Me dicen que uno de los que habló fue juez de la corte de casación de ustedes.
—Así es. Aquí lo llamamos ministro de la Suprema Corte de Justicia.
—Yo de él esperaba lo que le estuvimos diciendo, pero la verdad decepcionó. Solo emitió juicios, pero no argumentos; esperaba un análisis jurídico que sustentara su criterio político. Nada de eso ocurrió.
—¿Y de la otra oradora?
—Fue pasmosa. Habló de tiranía y no sé qué otras cosas… me pareció muy alejada de la realidad, y con mucha emoción, pero la gente le aplaudió mucho.
—¿Cuál fue su conclusión?
—Yo no termino de convencerme de que el Plan B de López Obrador sea tan malo, aunque hay muchas cosas que no sé de México y ustedes los mexicanos sí— dijo uno de ellos.
Y el otro agregó:
—Lo que sí le puedo decir es que si dependiera de los argumentos expuestos en esa manifestación, no me hubieran convencido. Eran más prejuicios que argumentos. Y creo que México merece una discusión política de más nivel.
—Yo también lo creo.