No quiero ser aguafiestas, pero mi pecho no es bodega. Un kilo es igual a mil, un mega es igual a mil kilos y un giga es igual a mil megas…
Una gigafábrica equivale, entonces, a cantidades monstruosas de actividad económica, mucho progreso traducido en empleos, y bonanza.
Hace años me tocó vivir el proceso de cierre de una planta en un suburbio de Estados Unidos. Dicha instalación era más de la mitad del sustento económico del pueblo. Cuando la empresa para la que yo trabajaba anunció el cierre hubo señales de alarma en todo el lugar e inclusive el alcalde y legisladores de distrito se acercaron a la empresa ejerciendo presión vía el gobernador para dar marcha atrás.
No hubo manera. Fueron los últimos resabios de la globalización postindustrial. “Cuando trajeron esa planta”, comentó un anciano obrero jubilado, “nosotros éramos muy niños y todos en el pueblo se llenaron de alegría; venía el progreso y con él los empleos bien pagados. Ahora, al ver a mis hijos y nietos perder su trabajo, caemos en la cuenta de que la comunidad dependimos indebidamente de una sola fuente.”
El Monterrey postindustrial ya no construye empresas y corporativos con una lógica de arraigo y pertenencia. Las condiciones han cambiado: llegaron los grandes globalizadores y globalizaron. La misma semana que se anunciaba Tesla para Nuevo León el último resabio de arraigo industrial, la cervecería Cuauhtémoc convertida en Heineken dejaba de ser por completo del corporativo regiomontano que la vio nacer: hoy FEMSA vendía su parte accionaria de Heineken al magnate informático Bill Gates.
Al describir un futuro distópico, o al menos difícil de explicar un cómico dijo a manera de síntesis que “vivimos una época en que se legaliza la mota y se prohíben los saleros”.
Vale la pena volver a Un mundo feliz de Aldous Huxley o a El hombre en el castillo de Phillip K. Dick. Junto al mundo de progreso y automatización se nos anuncian escenarios futuristas dignos de las obras anteriores.
Ojalá fuera tan fácil. Ver circulando en Nuevo León solamente carros eléctricos. El camino de la transición energética es esperanzador, pero también sinuoso. La última estación de la movilidad eléctrica será cuando un vehículo de tamaño considerable se mueva en carretera a 200 kilómetros por hora sin nada más que energía eléctrica.
Alguna vez compartí aquí que he platicado con expertos en industria energética, quienes dicen que en términos realistas faltan mucho tiempo y dinero para vernos en un futuro donde la movilidad sea eléctrica.
Un tuitero preguntó si LitioMx es el nuevo Pemex mexicano en cuanto a sustentabilidad económica e industrial. Se antoja difícil hacer comparaciones que pueden resultar engañosas aunque esta idea la veremos aparte.
El futuro de México oscilará entre la necesidad energética y el contraste de sustentabilidad hídrica. Nuevo León, el elegido por Tesla, tuvo hace menos de un año una de sus peores crisis hídricas en muchos años. Ojalá se logre atajar otra crisis similar con el segundo acueducto de la presa “El Cuchillo” a Monterrey.
Los mexicanos nos debatimos entre la necesidad de empleos bien pagados, con la consiguiente justicia social y un futuro de recursos naturales viable.
Pese a que en Nuevo León —por ejemplo— el sindicalismo se ha inhibido aún más en los últimos 35 años, la entidad ha resultado de las menos golpeadas en el poder adquisitivo del salario. No obstante, el futuro del obrero mexicano es incierto.
El eficientismo muy propio de la cultura competitiva y laboral urge a acelerar la preparación de cuadros trabajadores bajos y medios para enfrentar el reto Tesla. Cuando termine la fiesta Nuevo León y la región colindante deberá discutir con seriedad otros temas relacionados con el gigaprogreso que traerá la gigafábrica para no convertir el futuro en una gigacatástrofe.