Barrios mágicos: Chepinque (II)
Durante la colaboración anterior hicimos un viaje al pasado indígena del tradicional barrio de Chepinque, hoy ocupado por toda la zona del mismo nombre, la Alameda, Quebradilla y Lomas de la Soledad. Explicamos cómo una de las partes más céntricas y que más se ha modificado con los años, tuvo su origen en el pueblo de indios de Tonalá–Chepinque.
Finalicé la anterior entrega mencionando que esta zona ha sufrido importantes transformaciones urbanas y que incluso, un cementerio formó parte de su historia. Pues bien, como podemos observar en los planos de los últimos años virreinales, el pueblo de indios de San Diego Tonalá–Chepinque prácticamente ya formaba parte de la marcha urbana de la ciudad.
Retomando el plano de Bernardo de Portugal de 1799, se puede observar que el templo de Nuestra Señora de la Soledad tenía un amplio atrio. Como era costumbre en la época colonial, los cuerpos de quienes no tenían los medios económicos de ser enterrados al interior de capillas o complejos conventuales, eran sepultados en los atrios. Sin embargo, con las reformas higienistas de finales del siglo XVIII y siglo XIX, se comenzó a hacer palpable la necesidad de enterrar a los muertos en una zona específica que no involucrara la contaminación de espacios con continua circulación de personas. Fue así que surgieron los camposantos, cementerios católicos separados del territorio que ocupaba el templo y que fungían como el lugar del eterno reposo de los creyentes. De esta manera surgió el panteón de Nuestra Señora de la Soledad de Chepinque, que estuvo en uso hasta bien entrado el siglo XX.
Si tiene tiempo, le recomiendo buscar las imágenes de la exhumación de cuerpos que se realizó en la primera mitad del siglo anterior con el objetivo de eliminar este cementerio que había quedado inmerso en una zona de la ciudad que ya no era periférica y que, por el contrario, estaba creciendo, preparándose para albergar el hospital general del IMSS. El retiro total del cementerio tuvo lugar en 1963, después de un proceso relativamente largo de socialización del proyecto de eliminarlo, para quienes aún tuvieran familiares ahí, pudieran reclamar sus restos. Cabe destacar que el hospital del IMSS entró en funcionamiento tres años después.
En el lugar que ocupó el cementerio que también se conoció como “panteón francés” -y que en algún punto alojó los restos mortales de Tata Pachito-, se dispusieron las instalaciones de la unión ganadera, con un estacionamiento amplio que ocupa gran parte del antiguo cementerio. De la lonja de ganaderos me gustaría resaltar que su fachada es la misma fachada que Fernando de la Campa y Cos, conde de san Mateo de Valparaíso, veía cada vez que visitaba una de sus mejores haciendas. De un barroco sobrio, casi preconizando el neoclásico, la portada hace gala de lo que fue el palacio del millonario terrateniente colonial (se dice que podría ir de Zacatecas a Ciudad de México sin salir de sus territorios agrícolas). La próxima vez que pase por la Unión Ganadera, deténgase a ver la fachada y a los dos guardias que, vestidos a la usanza del siglo XVI, parecen proteger el escudo del conde que fue restaurado. Federico Sescosse trasladó la fachada desde Valparaíso hasta la capital por considerar que en su emplazamiento original se perdería por completo. Hasta la fecha, la antigua hacienda condal sufre los embates del tiempo y el olvido, en una zona en la que, por cierto, no entra nadie por la constante violencia e inseguridad.
Pero no podríamos hablar de esta zona sin hacer mención a la Alameda. Aunque no parezca, sus orígenes se pueden rastrear desde finales del siglo XVIII y ha sufrido varios recortes y modificaciones a lo largo del tiempo. Seguramente este paseo ha visto de todo, desde enamorados hasta ferias locales. La última modificación mostró el vínculo que la población guarda con ciertos paisajes urbanos. En 2013, la propuesta de rehabilitar la Alameda causó la molestia de la sociedad que pedía se mantuviera como estaba; la modificación se dio y puso de relieve -como en el caso de Plaza de Armas- cómo las modificaciones de nuestra ciudad las deciden un grupo reducido de personas que eligen qué está bien y qué está mal sin tomar en cuenta la voz de la población, pero de eso hablaremos en otra ocasión.