ARÉVALO. Fue este domingo en Arévalo una tarde de superación y de estar por encima de los elementos para Diego Ventura.
En su primera faena, por el medido de su oponente. En la segunda, por la lluvia que irrumpió, pero que no fue excusa para que lo diera todo en una actuación de simbiosis con el tendido, que se le entregó.
El primer ejemplar de Cortés de Moura para Ventura fue un toro que salió abanto y que marcó querencias. Y allí que le planteó la lidia con Velásquez, obrando el milagro de hilar al toro como si lo hipnotizara a base de prenderlo a la cola del caballo y no dejar ya que la perdiera de vista en momento alguno.
Quebró y clavó muy en corto, metiéndose al astado bajo los pechos de Velásquez, como hizo después con bronce, con el que maravilló al público de Arévalo de tanta superioridad y capacidad para adueñarse de todos los espacios posibles.
Como de costumbre, se asomó a la de las pitones, puso la cara de bronce entre ellos y sus pechos fueron como la bamba de una muleta que templaba, retenía y prolongaba la acometida del toro. Cobró un rejón certero y se alzó con el primer apéndice.
Llovió con cierta fuerza durante la lidia del quinto, un toro que salió mejor de lo que terminó y frente al que Ventura construyó una faena de absoluta entrega y conexión con la gente. Lo paró y lo fijó con Guadalquivir y fue espectacular el nivel de Hatillo, una de las novedades de la cuadra de este año.
Espectacular como su clase para colocar la cara y absorber las embestidas, con el pecho por delante y atemperando el paso para retenerlas.
Con Fabuloso, se lo dejó llegar tras citar al toro desde lejos y perderle pasos después según se acercaba, dejándose ver antes de quebrar. Con Nómada exhibió temple exquisito.
Mientras que con Guadiana, ejecutó un par a dos manos impecable en sus tiempos previo a un rejón que precisó de un descabello.