Hilar fino, reto de los partidos, pero sobre todo del PRI
Hace tiempo, en un viaje en carretera, recuerdo que mi papá me platicó una anécdota que hace referencia al exgobernador zacatecano, José Guadalupe Cervantes Corona, siendo éste delegado general del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en una entidad del país. La historia me sirvió para entender un trabajo que los partidos políticos han dejado de hacer: construir alianzas políticas sólidas y propositivas derivadas de la organización, entendimiento y convencimiento entre los intereses políticos, aspiraciones e ímpetus de las personas que desean participar en una elección, y la época.
En esa historia, Cervantes Corona, actuando como enviado del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del PRI, convocó a los distintos liderazgos (presidentes municipales, líderes de sectores, organizaciones, exgobernadores, legisladores, funcionarios y al propio gobernador) a externarle su opinión de la situación de la entidad, así como manifestar sus aspiraciones. Todos tenían una lectura de la situación y ganas de participar.
Al paso del tiempo, Don Lupe fue convenciendo uno a uno del alcance de sus pretensiones y de la alternativa para su participación: “Usted no puede ser candidato, no se va a ver bien, pero tenga por seguro que habrá de hacerse un espacio para que “fulano”, que es de su equipo, tenga jugada. Esperemos mejores tiempos para lo suyo”. Y así, se cerraba el acuerdo. Todos felices y contentos, disciplinados, apoyando sin doble cara. Honestos, transparentes y leales con el proyecto mayor: la Presidencia de la República.
En cualquier estado del país o municipio, dentro de los partidos políticos, hay determinados grupos o expresiones que, eventualmente, se van abriendo espacio para tener una mayor presencia que los demás y con ello, tener una dominación política que se traduzca en una facilidad, preferencia o ventaja para obtener una nominación electoral y acceder a un cargo que los lleve en el sendero del poder político. Eso era algo normal en los partidos y más en el PRI.
Con la alternancia, eso cambió. El presidencialismo tuvo un gatopardismo interesante. Presidente de la República, gobernadores(as) y alcaldes(as) habían sido los líderes políticos de sus respectivos partidos -aunque debe de reconocerse que esta lógica política del sistema en México había venido en franco desgaste desde muy posiblemente la década de los años ochenta, hasta que vimos el ejercicio del poder político del presidente actual- pero, al comportarse de forma sectaria, virreizuela y sin eficiencia gubernamental, los acuerdos y entendimientos se limitaron o trastocaron.
En ese sentido, el PRI se desarrolló como una organización partidista cuyo éxito, entre otros, fue aglutinar en su seno a expresiones tan distintas como distantes: organizaciones sociales, sindicales, gremiales, populares, profesionistas, empresariales, políticas, militares y hasta religiosas, encontraron en el partido un canal de representación y de vía de solución a distintas demandas, muchas de ellas con razón y justicia, otras veces por contentillo. Como sea, en el partido se representaba a todos, con ciertos equilibrios, cuñas y contrapesos, sin dejar de lado la capacidad del gran dedo elector o decisor. Se trataba de que todos cupieran en la foto, sin moverse.
En ese orden de ideas es que toma sentido el rol que jugaron algunas figuras políticas como el fenecido ex gobernador zacatecano ya que, en su faceta de delegado general del partido, Cervantes Corona se caracterizó por ser el eje articulador, constructor de acuerdos y facilitador de entendimientos entre los grupos locales del PRI, para que éste se fortaleciera y cohesionara alrededor de la figura política presidencial, gubernamental estatal y municipales, a fin de que su autoridad política se mantuviera sólida y, eventualmente, se pavimentara el camino para que el PRI siguiera teniendo una presencia electoral sólida, equilibrada, ecuánime y de resultados sociales.
Dicho de otra forma, como delegado general del partido, Don Lupe tuvo la encomienda de hilar fino para que los grupos y expresiones políticas tuvieran un espacio, una justa dimensión y una sana consideración bajo un mismo propósito: el superior del partido, que era el del presidente de la República. Bajo esa lógica trabajaban los delegados, velando por el interés general del PRI y el equilibrio social, que a veces era contrario al interés general del presidente del Comité Ejecutivo Nacional (incluso a pesar de haber sido nombrados delegados por el propio presidente partidista), de gobernadores o de actores políticos de peso, pues en lo local, la responsabilidad de los delegados era evitar que el partido se debilitara ante decisiones que favorecían indiscriminadamente a tal o cual grupo.
Amén de ello, debemos afirmar que hoy por hoy, las propias estructuras de los partidos parecen debilitadas y si a ello se suma un rechazo ciudadano, la operación política de cualquier delegado partidista para lograr acuerdos y tener candidaturas sanas, competitivas y renovadoras, en cualquier ámbito, parece tarea titánica. No imposible, pero muy difícil, sobre todo considerando el factor tiempo.
Es aquí donde toman importancia aquellas figuras que, como Cervantes Corona, sin aparecer mediáticamente y habiéndoseles delegado la responsabilidad de representar los intereses nacionales del partido, se meten en cuerpo y alma al trabajo en tierra de ir auscultando el espectro político partidista, alineando intereses y equilibrando impulsos, para que quienes sean favorecidos con una candidatura sean los mejores cuadros posible no solamente por el bien de la representación partidista, sino por la representación social. Ya veremos si los partidos tienen esas figuras y espacios, sobre todo los de corte ciudadano.