Marcelo Ebrard precipita una ruptura. Es difícil, a estas alturas, trazar una estrategia certera para el 2030. El 2024 luce cada vez más difícil de rescatar. Claudia Sheinbaum aventaja en todas las mediciones a Marcelo. Al respecto el ex canciller acusa una movilización desleal —cuando no ilegal— de recursos para favorecerla.
¿Sabe Marcelo que con esa queja confronta peligrosamente a muchas fuerzas conflagradas en Morena, incluido el Presidente? Un político con su experiencia, difícilmente lo ignoraría.
Entonces Ebrard sabe qué tanto puede conseguir en ese trayecto; es un político con gran experiencia en calcular riesgos con ese tipo de afirmaciones.
Entonces, ¿tenemos en Marcelo la próxima carta fuerte para Movimiento Ciudadano? ¿Lo aceptará el emecismo? Está probado que de ese partido solo es necesario ser aprobado por Dante Delgado, quien inclusive en Zacatecas ya fue exhibido, con relativa sutileza aunque con claridad, en su perfil autoritario por Enrique Laviada y Cuauhtémoc Calderón.
Ebrard sería un negocio redondo para los naranjas y un duro golpe para el morenismo. Duro, pero no mortal, aunque para determinar qué tan decisivo puede ser, habrá que seguir los acontecimientos. En tales casos, apostar sería para quien quiera perder dinero.
Por el otro lado, la oposición prianredista ya perfila a Xóchitl Gálvez, aunque en esta comedia de equivocaciones en que se ha convertido el antilopezobradorismo no sería del todo aconsejable descartar a Beatriz Paredes, una política sagaz y con una aportación nada despreciable de pragmatismo y quien, ya entrados en gastos, podría enarbolar una candidatura inclusive más articulada que la misma senadora por el PAN.
Pero también hablamos de caballadas flacas. Beatriz Paredes también encarna la chocante solemnidad del priísmo y, desde luego, el tufo inevitable a vieja forma de hacer política, donde su principal lastre es su partido.
En ese contexto lo más emocionante hasta el día de hoy ha sido la amenaza de ruptura de Marcelo Ebrard y los exabruptos de Xóchitl Galvez a provocación velada o manifiesta del presidente López Obrador y viceversa.
Como cuando se retan los boxeadores al pelear, “¿Esto es lo mejor que tienes?”
Por otro lado, tenemos un desconcertante proceso desprovisto de cualquier esencia retórica.
En una cultura electoral tan extremadamente desconfiada, se normalizó la exclavitud a las formas. Y ni lo más básico ha cumplido nuestro oneroso sistema electoral provisto de un INE y un tribunal que a cambio de ser tan caros, ni siquiera nos regalan la certidumbre de un ganador legítimo. Prohíben todo: no puede haber debate, propuestas, llamados abiertos a la discusión de temas relevantes y a pedir el voto. Nuestra democracia prohíbe la democracia.
En ese contexto, los debates aislados o paralelos afloran sin conectar para lograr mínimos de interés. Vamos: son más interesantes los intelectuales desprestigiados del antiguo régimen. Y eso ya es demasiado decir.
Un ejemplo: Leo Zuckermann felicitó al gobierno de la 4T por haber sacado de la pobreza a 5 millones de personas. Inclusive remató: “empleando políticas públicas que los neoliberales han juzgado como inadecuadas, este gobierno lo logró”.
Habrase visto: uno de los voceros más oficiosos del neoliberalismo y uno de los críticos más virulentos del gobierno federal, concedió un logro para nada menor.
Paralelamente, los aspirantes aburren dedicándose a discutir politiquerías y no asuntos de fondo como la eficacia de políticas públicas para combatir la pobreza.
Y es en ese contexto, que Marcelo Ebrard perfila una ruptura. En tal caso acusará un proceso desleal y no democrático, pero, ¿qué promete Marcelo? ¿Qué tema ha traído a la mesa de discusión? Es decir, además de adulterar un proceso con prácticas antidemocráticas, ¿de qué más se perderá el país si Marcelo es vencido con triquiñuelas?
La gran tragedia de esta democracia sin contenidos es que ni siquiera una ruta de colisión de estas proporciones resulta en una escena entretenida en un guión anticlimático
Y todo por una democracia que se niega a serlo.