Si hay realidad, tal vez sea eso, una adopción cultural de creencias, expectativas y convicciones que depende del club en el que se ejerce
Para definir lo que es la realidad habría que ponerse de acuerdo, tal vez hasta resulte más sencillo decidir lo que no es, algo así como distinguirla identificando sus contrarios y volverse jueces implacables que andan permanentemente decidiendo qué sí y qué no cabe en esa entallada figura, distinguir lo que vale la pena realizar y lo que es mejor dejar en el recipiente de las cosas irreales.
Afortunadamente está la cultura, ese otro recipiente que provee casi de manera gratuita el sentido a los que nacen sin tenerlo y que finalmente resultan ser todos; la cultura es esa construcción de sentido local y que va variando según tiempos y espacios, para que los contenidos sujetos ya no anden batallando tanto en preguntarse los cómos y mucho menos los porqués.
Los individuos son esos que nacen en alguna cultura a la que quedan sujetos, esos que, por sus indivisibles características propias no pueden ceder a lo que tienen derecho u obligación, porque resulta que ya nomás siendo paridos se hacen acreedores de libertades y compromisos que van variando dependiendo de su buena o mala suerte, por así decirlo, porque digamos que no es lo mismo nacer hoy que ayer ni aquí que allá, y a veces a eso, le llaman suerte.
El sentido ya irá surgiendo según la cultura que les toque, si surge, afortunadamente andarán por ahí otros iguales o al menos parecidos, hermanos, amigos o ya de perdido conocidos con los que pueda encontrarse respuesta a sus cómos y sus porqués.
Las circunstancias son esas características propias de un tiempo y un espacio y que, regularmente, resultan convulsas, porque hace mucho que no nace alguien en condiciones propicias, adecuadas e ideales; al menos eso se la pasan diciendo los medios de comunicación y por supuesto, la oposición del gobierno en turno; y tal vez tengan razón, porque cada vez es más fácil entender la hostilidad que la empatía, sobre todo en esta realidad en la que andan todos compitiendo por quién es mejor que el otro, de perdido menos peor, persiguiendo conquistar libertades que no tienen y compromisos con los que no nacieron. Para todos hay una lucha esperando a ser adoptada, destino le dicen algunos.
Creer en algo es opcional, lo que no es opción es que, una vez adoptada la creencia se encuentren aliados y contras; y en esto afortunadamente, y gracias a las culturas, hay bastante variedad disponible; cuestión de identificar algún rasgo distintivo para encontrarse a otros que sean más o menos iguales en gustos, apariencias o contextos, pero mejor si son diferentes, porque son más distinguibles; que evidencien eso que divide a las unas de los otros y les otres, lo que permite asumir la posesión de la razón, convencerse de que las características propias del tiempo y espacio en el que fueron paridos es el sentido de su existir; para todos hay, cada quién con sus banderas, su suerte, sus destinos y sus propios diferentes.
Donde los similares se reúnen, le llaman clubes o asociaciones, colectivos, organizaciones, sindicatos, hermandades, cooperativas, etcétera. Son reuniones de los que encontraron principal motivo en alguna característica de similitud, antes que en la de diferencia.
Los motivos son variables: la edad, el género, el estatus económico y ya si se ponen más creativos están las convicciones, las creencias y todas esas otras característica culturales que surgen de su estancia temporal; luego se uniforman porque no se vayan a notar demasiado las diferencias, así que inventan gestos que sólo ellos comparten y forman lenguajes propios.
Asimismo se aplauden y se entregan reconocimientos que ellos mismos se hacen por pertenecer al mejor grupo del mundo, de esa realidad que resultó curiosamente ser a la que pertenecen; acuerdan que son algo y no nada.
De tal modo que, si hay realidad, tal vez sea eso, una adopción cultural de creencias, expectativas y convicciones que depende del club en el que se ejerce, ese del que se es miembro, en el que se es uno y no lo otro, ese en el que existe y toma forma el concepto de nosotros y en el que ya se identificó claramente a los contrarios, a los otros; los que no se comportan, visten o piensan como ellos, los de afuera, los diferentes.
Un club es un espacio y un tiempo compartido con otros que también buscaban los cómos y los porqués, persiguiendo una realidad definida y que les resulte existente, aunque sea por consenso.