El sentido de pertenencia a un gobierno y los aduladores
Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y la frase embona perfectamente en una serie de circunstancias de la vida pública donde los gobernantes o los funcionarios no hacemos caso o evadimos la revisión de lo que pasa más allá de las puertas de nuestras oficinas, y que permean en las tareas que tenemos o de las cuales somos directa o indirectamente responsables.
Una de las fallas que tenemos quienes hemos estado o estamos en el servicio público es no entender la dimensión de dónde estamos parados, y por ello, no sentirnos parte de. Esa ausencia del sentido de pertenencia a un tema, a una causa o a una organización, tiene como consecuencia un desapego a lo que ocurre alrededor. Dicho de otra forma, cuando no nos interesa algo -no tenemos afinidad, apego o pertenencia- no nos importa lo que pasa. Así que, cuando nos gusta el futbol, quizás no estamos tan atentos a los resultados de basquetbol; o bien, nos puede gustar mucho el basquetbol, pero no sabemos ni nos interesa lo que pasa en el beisbol. O bien, aún mayor la dimensión, cuando no nos importan los deportes, no ponemos atención a nada alrededor de ello: nunca vamos a acudir a algún evento en un estadio; no vamos a comprar un paquete de televisión que incluya canales deportivos, o bien, jamás compraremos un jersey de nuestro equipo favorito.
En el servicio público pasa algo similar y particularmente con la burocracia. Cuando eres un funcionario con una cierta perspectiva profesional (eres abogado, por ejemplo), es lógico que tengas mucha más afinidad con los temas jurídicos que con los administrativos, de capital humano o de administración de bienes; o bien, cuando te desempeñas en tal o cual dependencia, al ser un área especializada de la estructura de la administración pública, te enfocas en esos temas; por ejemplo, si trabajas en la dependencia del tema medio ambiental, te pueden interesar los temas de conservación de ecosistemas, evitar la desertificación, equilibrar la explotación de materias primas y muchos más, y dejas de lado los de finanzas públicas o los de educación.
El punto es que la temática gubernamental tiene cierta especificidad y otra tiende a determinada generalidad, así que dependiendo de la responsabilidad que tengas o se te haya encomendado (sumada a la inclinación o tendencia preferencial por ello) es que te vas a sentir parte de o responsable de, y con ello, desarrollarás una parte de un sentido de pertenencia que, inevitablemente, te hará asumir honorablemente una corresponsabilidad en buscar soluciones a los problemas que se van presentando.
Cuando la temática gubernamental no te interesa y haces como que laboras como trabajador ordinario o como funcionario -o bien, como gobernante- básicamente eres un parásito del servicio público. Te conviertes en la expresión peyorativa de la burocracia, que va enfocada a definir a una persona que cobra en gobierno, que vive del gobierno, pero que no entiende la responsabilidad del servicio público, o bien, se te considera una especie de sarna de la representación popular. Esta postura -usted enfóquela en los personajes que le vengan a la mente, empezando por esa desagradable experiencia cuando acudió a una oficina de gobierno y en algún trámite fue tratado despectivamente- es muy triste, pues refleja una derrota social ciudadana al no saber elegir gobernantes con un mínimo de decoro, o bien, tolerar malos servidores públicos.
Lo peor de todo ello es que no hacemos mucho por cambiar uno de sus orígenes: permitir que caciques, personas no preparadas, vulgares ambiciosos del poder, nefastos, vividores del pueblo y otras expresiones, desde los partidos políticos, se postulen a ocupar un espacio público por el simple hecho de querer ser gobernante, querer cobrar una nómina de gobierno o que su nombre eventualmente aparezca en los registros públicos.
Quizás la ciudadanía no ha hecho conciencia o reflexión de lo importante que es que un servidor público “sienta la camiseta” y demuestre discursivamente su sentido de pertenencia, pues ya sea por mera adscripción (ser parte de una organización pública) o mucho mejor, por conciencia, (porque ahí ya se desarrolló una claridad de aportar para mejorar, crecer o superarse), el gobernante o funcionario debe “sudar la playera”.
¿Hay algo peor? Sí. No tener clara la premisa de trabajar en la administración pública para contribuir al bienestar de la sociedad y solo ser gobernante o funcionario, con un equipo mediocre, que no tiene un sentido de pertenencia con el gobierno ni con el territorio y, en consecuencia, no se trabaja con ahínco y responsabilidad en resolver los problemas públicos, es de lo peor que puede ocurrir.
Uno de los mayores lastres alrededor del servidor público son los aduladores, ya sea amigos, compañeros, funcionarios y demás que, por su desempeño interesado o corto de miras, encapsulan al gobernante o le hacen pensar que todo lo que está haciendo está bien, mientras que la realidad es la que está mal. La adulación alimenta la soberbia, y la soberbia es el combustible de la insensatez (ya hablamos la semana pasada de la importancia de ser sensato); luego, la insensatez es la madre de la estupidez. Así que, si hay algo que un funcionario o gobernante debe hacer es apropiarse de la realidad, abrazar su responsabilidad, sentir que la necesidad de salir adelante le pertenece y dejar de lado a las voces lesivas.