Sí, estuve en África
Ir a Ceuta estaba proyectado para 2021, pero se pospuso por la pandemia. Antes estuve en Lisboa (2018), ambos casos fueron para participar en congresos sobre historias de las masonerías en Hispanoamérica, así que acudí a intensas jornadas de aprendizajes teóricos y metodológicos sobre sociabilidades de lectura, modos de formación de opiniones e intervención en el espacio público.
Para ir a África usé lo cotidiano: autobús de Zacatecas a la capital del país. Ir de la vetusta al Benito Juárez fue sin extrañezas. El arribo a Madrid ocurrió en tiempo y forma: salí un día, llegué al siguiente. De Barajas a la estación de Atocha, aquí sí doy gracias de la existencia de la civilidad de quienes atienden las empresas de los trenes: eficaces y eficientes.
Compré un boleto -ellos dicen billete- para ir al puerto de Algeciras -una “puerta de Europa”-, un traslado de ocho horas. Fui en un tren rápido. Allá comencé a leer la novela Infamia, de Ciro Murayama, así que dormí y miré paisajes muy diferentes al norte desierto de mi cotidianidad.
Desde Algeciras se haría el paso a África. El ir al puerto implicó hacer cambio de vehículo. Bajé en la estación de Antequera, dispuesta en un paraje atestado de olivos y otro tipo de huertas. El paso del ferrocarril, como en Atocha y cualquier otra estación, es de rigurosa y civilizada puntualidad. Casi era la media noche cuando llegué al puerto, por lo que debí pernoctar en el puerto. Lo hice en un hotel tres estrellas y atiborrado por europeos -lo digo por sus díceres alemanes y franceses-.
Frente al hotel está el puerto. Crucé un bulevar y listo, preparado para transcurrir el Mediterráneo, de Europa a África. Ceuta es una ciudad española situada en territorio de África, es un trozo que hace frontera con Marruecos. Como estaba en España e ingresé legalmente, el ir a Ceuta era andar en el Reino español. Compré boletos de ida y vuelta.
Por cierto, mientras esperaba abordar, en la cafetería escuché el barullo de un grupo, por su estilo me imaginé: mexicanos. Acerté. Ellos hablaban de los centros religiosos del centro del país y su estilo aferrado de estar en el lugar sin consumir y llevando ellos su propio lonche.
Entre subir al ferry, ponerse en ruta en la mar, fue consumida media hora. Luego, quince minutos de mar -andar en el Mediterráneo en tiempos de otoño-; siguió disponer la colocación en el puerto de Ceuta, que fue otra media hora. El tiempo es más en salir y llegar, que en transcurrir en la mar. En todo momento vi el peñón de Gibraltar, es decir: territorio inglés en la península española. Miré, en menos de dos horas, tres estados (Reino Unido, España y Marruecos) en la puerta del multicitado Mediterráneo.
En la zona portuaria hay una escultura emblemática: Hércules separa dos columnas, dos montañas que es lo que finalmente hizo la división de estos continentes (Pomponius Mela dixit). En Ceuta hay tanto por mirar, oler, caminar.
Participé en el congreso, un día el jornal fue en Tetuán (ciudad marroquí) donde su comida, su comercio local muestran otros estilos que nos son propios en lo informal, aunque nos parece lo formal en México. En Tetuán no vi camellos, pero sí caminé junto con otros congresistas, en calles angostas, edificios centenarios, mercadillos como los que se ponen en cualquier punto de la ciudad de Zacatecas.
En fin, en otras entregas les cuento sobre el andar en territorio británico y las tardes de cerveza en pueblos de la España profunda.
Posdata
Entraron a casa de Vetusta, esculcaron todo. Los libros no fueron tocados, pero se llevaron bienes simbólicos que dan cuenta lo inmoral y culero que son los ladrones. Cuán vulnerables somos.