A Don Pablo Torres Corpus
Son las siete con veinte minutos de este domingo 5 de noviembre de 2023. He llegado a Saltillo después de algunas horas de viaje en carretera de regreso de Zacatecas.
Acabo de enviarle un mensaje a Lorena Gutiérrez, la directora general de NTR Medios de Comunicación, para que me conceda un poco más de tiempo para esta colaboración. “Perdón la lata, pero ¿me podrían aguantar poquito con la colaboración?
Tenía una, pero la voy a cambiar”. Y sí, tenía ya un texto elaborado, pero en el trayecto decidí que debía sustituirlo y escribirle un pequeño homenaje a mi amigo Pablo Torres Corpus, a lo que mi madre también me motivó porque leyó un mensaje de texto que envié en relación con su fallecimiento.
Verán. A Pablo lo conocí hasta el 2016. Antes, según yo, ya nos habían presentado un par de veces y había escuchado de él tanto en el ámbito gubernamental como en la parte político-partidista.
En lo primero, tenía referencias de su esfuerzo personal e institucional por dar a conocer su bello municipio de Jerez en el contexto de Pueblo Mágico; en lo segundo, por su labor en el Partido Revolucionario Institucional. Así que yo ya sabía de él, pero no nos habíamos conocido bien.
Un día, en los meses previos a la asunción a la gubernatura de Alejandro Tello Cristerna, Don Pablo (siempre me referí a él en esos términos, “Don Pablo”) y yo coincidimos en algo que denomino personalmente “un espacio de reflexión y análisis” relacionado con el futuro gobierno tellista.
Con el ánimo de profundizar en nuestras perspectivas de ese futuro gobierno, decidimos llevar la conversación al mejor espacio posible: Las Quince Letras. Y ahí nació la amistad, porque creo (y ésta, por supuesto, es mi versión unipersonal) que nos medimos mutuamente entre cerveza y whisky, y departimos amplio y tendido de diferentes temas. Me cayó muy bien; confío en que fue lo mismo desde su perspectiva. Nació la amistad.
Más adelante coincidimos en el gobierno de Alejandro Tello; yo como Secretario Técnico, él en su faceta de Coordinador Administrativo del Instituto Zacatecano de Cultura, haciendo mancuerna con mi tocayo Poncho Vázquez.
Hasta la fecha creo que fue una de las mejores duplas como funcionarios, porque fueron personas que en su función pública se dedicaron de tiempo completo, con buena perspectiva, transparencia y equilibrio.
Luego, si la memoria no me falla, en distintas ocasiones coincidimos y seguíamos platicando de lo que veíamos en la escena pública; más adelante conocí a Erikita, su novia en aquel entonces.
En 2017, si no mal recuerdo, asistí a su boda (discúlpeme, no sé qué me pasa, pero tengo muchas imágenes en la mente de Don Pablo y quizás por la impresión que aún tengo de su partida, creo que estoy cruzando vivencias y fechas) y ese enlace matrimonial, debo decirlo, debe ser uno de los más emotivos a los que he asistido porque todo se confabuló para ver en Érika y Don Pablo el significado de “unir vidas”. Tuve el honor de firmar como testigo en la boda civil, un gesto entrañable de esa maravillosa pareja.
Derivado de una circunstancia afectiva personal enteramente mía -que nació justo en su boda- tuve una dinámica más cercana con Jerez y, en consecuencia, de cercanía con Don Pablo y Erikita. Debo decirle que ha sido una de las etapas más bonitas de mi vida.
Obviamente, como zacatecano, ya disfrutaba sobremanera poder ir a Jerez, pero en ese año tuve un pretexto perfecto para ir con mayor frecuencia. Le digo, fue una gran etapa porque La Botica del Café se convirtió en un lugar entrañable -que, por cierto, extraño mucho- y que me acercó a conocer el buen café, pero, sobre todo, el espacio de gozo y buen vivir alrededor de una buena taza de café (el equivalente a un buen abrazo, según las boticarias). Y Erikita y Don Pablo me abrieron sus brazos y me recibieron en una situación de franco afecto. Eso lo atesoro mucho.
Varias y variadas veces estuve en la Botica. Un día que coincidí con Don Pablo ahí, me presentó una creación suya: el Pablette (creo que así lo escribía), una combinación de café, nieve y whisky que sólo Don Pablo, con esa característica sibarita que tenía (y de la cual nunca hizo presunción alguna conmigo, jamás), podía imaginar. Y así también conocí el menú de La Botica, el pan que preparaban, el esmero en la atención, la anfitrionía… todo. Y eso era maravilloso porque lo compartía con personas entrañables, y una de ellas era Don Pablo.
En la carretera me estaba acordando de varias anécdotas. Me va a faltar espacio en esta colaboración para verter algunas de ellas. Tengo anécdotas en mi oficina, en la cantina El Tizoc… por supuesto, en La Botica del Café, en el Instituto de Cultura, en los festivales culturales y de jazz, en el aeropuerto, en la antesala de Palacio de Gobierno, en cosas de política partidista… Pero quizás más adelante lo haré.
Trataré de escribir para mí, para honrar al amigo que se fue… sí, lo haré más adelante, ya que no siente la tristeza y la melancolía por la pérdida del buen amigo Pablo Torres Corpus, tan joven, inteligente, leal, culto… Pablo representaba para mí, entre muchas otras cosas, el buen comer, el buen beber… el buen vivir…
Justo el lunes pasado le había mandado un mensaje de WhatsApp “Don Pablo Torres Corpus. Buen día! Dónde y cómo andas? Ocupo un Pablette y una buena plática pronto”. Ya no tuve respuesta. El jueves 2 de noviembre por la mañana me sacudió la noticia de su muerte, tan prematura. No sé, no entiendo algunas cosas de la vida… solo sé que extrañaré a Don Pablo.
Son las ocho cincuenta de la noche. Veo fotos en que coincidimos. Un abrazo al amigo.
Escríbeme a alfonsodelrealzac@outlook.com