Dividir para conquistar y el Plan C
Gracias a una magnífica colaboración para El Universal que leí hace unos días, Catalina Pérez Correa me hizo reflexionar sobre lo que verdaderamente estará en juego en la elección de 2024 para un servidor: dominar el congreso (o “el Plan C”) para transformar, cambiar, modificar, renovar, alterar, mutar, desdibujar y/o reemplazar el marco jurídico en este país desde el sistema constitucional. Déjeme tratar de explicarme:
La doctora Pérez Correa apuntó que “Es extraño tener que explicar un concepto tan básico como la división de poderes en el contexto de una democracia —supuestamente— funcional. Sin embargo, hoy resulta necesario. Lo que está en juego no solo son las pensiones de trabajadores del Poder Judicial, sino la autonomía de éste y, por tanto, la posibilidad de sujetar el actuar del Legislativo y del Ejecutivo a la Constitución.
Nuestro sistema constitucional está basado en la división de poderes, partiendo de la idea —y de la experiencia histórica— de que el poder tiende a concentrarse y que esa concentración lleva a su uso excesivo y arbitrario (…) La verdad es que la desaparición de los fideicomisos no es sobre privilegios, es una oportunidad más para debilitar la división de poderes y hacer del Poder Judicial un botín electoral.” (El Universal, 24/10/2023).
En nuestra Carta Magna están asentadas las reglas que dan soporte a la actual división de poderes y, en consecuencia, al sistema jurídico de pesos y contrapesos (una discusión aparte merece el sistema político en ese mismo aspecto) y la única forma de cambiarlo es… modificando la Constitución.
Recordará Usted que para que ello suceda, “En México el procedimiento [de reforma constitucional] está previsto para la reforma parcial y se aprueba por el voto de las dos terceras partes (mayoría calificada) de los individuos presentes de cada una de las Cámaras del Congreso de la Unión en sesión de Pleno.
Una vez avaladas por el Poder Legislativo las reformas o adiciones deberán ser ratificadas por la mayoría absoluta (la mitad más una) de las legislaturas de las entidades federativas y publicadas en el Diario Oficial de la Federación por el Ejecutivo Federal para culminar su proceso legislativo” (Sistema de Información Legislativa, http://sil.gobernacion.gob.mx/Glosario/definicionpop.php?ID=207).
Es por ello por lo que controlar los congresos (federal y locales) es básico. Y una estrategia para tal propósito son las alianzas electorales que, posteriormente, puedan convertirse en alianzas parlamentarias, es decir, que unas expresiones políticas-partidistas caminen juntas en una elección y luego puedan brincar a caminar de la mano en los trabajos legislativos para modificar incluso la Constitución, o bien, que caminen separadas en la elección y ya en el ámbito legislativo, unan fuerzas.
En tal sentido, no debería extrañarnos que, ante las mediciones de prospectiva electoral que se están viendo en el país, el verdadero interés de muchos actores políticos esté en las candidaturas al Congreso de la Unión y a los Congresos locales (donde habrá elección para tal efecto) más que sobre la elección presidencial.
Sí, a todos los mexicanos nos puede inquietar, preocupar, motivar e interesar lo que ocurra en el plano federal, pero es la inmediatez de una elección (en términos de cercanía física) la que nos puede dar cierto impulso o incentivo a participar y mucho de ello tiene que ver con las caras que presentan al electorado las opciones políticas a los ayuntamientos y a las diputaciones locales.
Ahora bien, la otra parte electoral, la que no se ve, pero se siente, es la capacidad de movilización, clientelismo, dominio o control que ejerzan expresiones políticas, empezando por el propio gobierno que, dicho sea de paso, puede chocar con la percepción que sobre los actores políticos y el propio gobierno tiene el ciudadano.
Aunado a lo anterior, me parece que algo que debemos considerar en el futuro inmediato es que no debe extrañarnos que lo que hoy es una alianza consolidada y muy competitiva como la que forman Morena, PT y PVEM, dados los resultados holgados de diferencia que arrojan las encuestas por sus seguidores, tomen la estrategia de dividir el voto para que se puedan acaparar más espacios.
Por ejemplo, en la competencia para el Senado de la República, es posible que una coalición que revise los números y se dé cuenta que los partidos que lo integran, si compiten por separado, pueden lograr el triunfo de mayoría de una fórmula y a la par la primera minoría, es decir, que ganen el primer y segundo lugares.
Le pongo el ejemplo de San Luis Potosí, donde una posible alianza PVEM-PT puede competir por separado de Morena y en una de esas, ellos pueden imponerse a candidatos que apoyen la alianza PRI-PAN-PRD, por un lado, y por otro, los que postule Movimiento Ciudadano, es decir, se llevaría la elección a la competencia entre cuatro, lo que implica que entre más “atomizada” esté la elección, más posibilidades de ganar de las coaliciones que están cerca del gobierno. No hay que perder de vista que hoy en día, la posición de MC, particularmente, levanta “sospechosismo” de participar para atomizar la elección. Pero ya veremos.
La búsqueda del Plan C y la división momentánea de las coaliciones en la competencia electoral, no lo dude, es un fenómeno que puede llevarse al plano local, pues será de mucho interés de los gobiernos estatales -sobre todo aquellos que irían a una contienda intermedia-, tener el control político de sus respectivos congresos con legisladores afines al proyecto político-partidista en turno; si no hay contrapesos desde los poderes legislativos, se corre el riesgo de ver propuestas que trastornen el marco jurídico que tenemos tanto en el plano federal o local (el cual ha sido resultado de años y años de disputas políticas y del ejercicio de los pesos y contrapesos en los poderes) y, al final, la división de poderes sea letra muerta. “Divide et vinces”.