Sobre el libro y algunas lecturas de un lector
El libro es un cuaderno empastado -algunas veces está engargolado o circula en hojas sueltas, como las fotocopias-. Es un objeto con costo y precio, no siempre da ganancias pecuniarias; genera prácticas y discursos culturales; provoca acciones políticas y vincula lo político. No debería ser un objeto sagrado, máxime que su existencia secularizó el medio ambiente. Es un medio materializado y no es necesario poseerlo para la lectura, porque es posible escuchar o pedir y devolver.
Un libro se lee, relee o se picotea (las antologías controlan la totalidad). Algunas veces se leen fragmentos y se abandona. Los objetos se venden, son préstamos, hurtos, regalos. Todos tenemos derecho a leer y no leer.
En la sagrada libertad económica, Sombras de Gary (es ironía) se vende y lee más respecto a los textos asequibles y onerosos de Mario Vargas Llosa. Insisto, el manual de control de epidemias fue el primer libro impreso en Zacatecas. Yo prefiero al Shakespeare de Bloom y no a los libros de William.
La Biblia nunca ha sido mi libro favorito. No sé si lo sea en el porvenir. Hace 40 años mi madre me regaló una edición paulina. La conservo con afecto y como libro de consulta. La Constitución de 1917 es una obra que leo con frecuencia. Alguna vez escribí sobre algunos artículos y sus autores. Tampoco es mi libro favorito. Mi primer libro leído de pe a punto final es Los símbolos trasparentes. Lo leí en 1983. No tengo libros favoritos o canónicos.
Uno de mis viejos libros es la novela El rey viejo. Su autor, Fernando Benítez, fue un periodista referente. La obra va sobre Venustiano Carranza, su efigie, la política y la historia. El rey viejo es el diario de un personaje ficticio, colaborador del presidente. Es una recreación de mayo de 1920 -la temporada de los buitres revolucionarios, los rebeldes de Aguaprieta y traidores oportunistas-. Esa novela influye a otras novelas, Tv novelas, películas y hasta a Krauze en Biografías del poder.
Otro libro viejo es Café nostalgia. Allí va la vida del exilio de una chica cubana antirégimen y huérfana. Tiene a París y Julio Cortázar muy presentes en su creación. Zoé Valdés me recuerda a Reynaldo Arenas y Pedro Antonio Gutiérrez.
Café la leí en 2000. Fue en otra edición que presté y nunca me devolvieron; conservo una edición comprada en libros usados, lo hice para lecturas y usos postreros. La primera lectura ocurrió luego de una estancia en la mítica París. Allá viví como la personaje: haciendo recuerdos, construyendo nostalgia y preguntando en pésimo francés. La novela provoca vivir la ciudad y los duelos. Años después leí a Marc Auge y debí aprender cómo leer trayectorias-espacios y cómo se construyen.
En 2003, mientras leía obligadamente a Roger Chartier, debí ojear a Clifford Geertz. Guillermo de la Peña -CIESAS- nos proporcionó varios ensayos en inglés. Los más duchos no dijeron que había traducción y era conocido el antropólogo. Me causan gracia los profesores que usan textos en inglés o francés cuando hay traducciones de los textos.
A Geertz lo leí timorato y me deslumbró. Igual ocurrió con E. P. Thompson. Por cierto, Chartier cita a Geertz de la siguiente manera: “El concepto de cultura al cual me adhiero […] denota una norma de significados transmitidos históricamente, personificados en símbolos, un sistema de concepciones heredadas expresadas en formas simbólicas por medio de las cuales los hombres se comunican, perpetúan y desarrollan su conocimiento de la vida y sus actitudes con respecto a ésta”. Así de complejo y de simple: conocimiento de vida; perpetuar concepciones heredadas. En fin, qué cosas esto de ser lector.