En el principio fue la lectura
He sostenido en diferentes foros que, a falta de documentación vinculada y generada directamente en la actividad masónica en Nueva España-México, en el siglo XVIII y principios del siguiente ocurrió la ausencia del hecho (reunión en logias, con sus respectivas ceremonias). Lo es pese a que era conocida por algunos letrados, y esto ocurrió porque leyeron, escucharon en la lectura o en tertulias.
En el periodo 1760-1825, la Inquisición recibió denuncias que generaron pesquisas sobre la francmasonería. En la documentación hay varios datos.
Primero, como presuntos masones, los denunciados obtuvieron la información allende el territorio novohispano, principalmente en las posesiones inglesas. Segundo, las declaraciones exponen su comprensión de la constitución de la masonería: la logia como lugar, las ceremonias que se realizan, la reunión de los masones como una hermandad tolerante a las creencias religiosas de sus socios, y saben de su prohibición religiosa y estatal en el orbe de la corona española.
El tercer elemento común es el alarde que hacen los denunciados sobre su presunta pertenencia. La manifestación ocurrió en reuniones donde son inquilinos nuevos; en oposición a los que escuchan, quienes mantienen fuertes vínculos de hecho (son familiares o trabajadores de un patrón con el que comparten casa). El cuarto elemento es la inclusión de la pertenencia a la «secta de francmasones» junto a otras proposiciones heréticas, y éstas fueron las que el Santo Oficio atendió como materia principal.
En el conjunto de los casos es notorio que las denuncias fueron presentadas por hombres que participaban en reuniones privilegiadamente masculinas. La mayoría de los acusados provenían del exterior de la Nueva España; y, en la Colonia se dedicaron a actividades que los obligó al tránsito en las ciudades (colaboradores en la corte, comerciantes, mineros, militares y marinos).
En todos los casos, se distinguen tres fases en lo que toca a los puntos ideológicos: en la primera (1760-1780), la delación tuvo mayor atención en las proposiciones heréticas. La segunda (1780-1800), las denuncias estuvieron vinculadas a un ánimo anti-Revolución francesa. Estos asertos coinciden con lo expuesto por Monelisa Pérez-Merchand, quien observa el desplazamiento del Santo Oficio, de las preocupaciones de control religioso, hacia las cuestiones políticas. Ello es notorio en el lenguaje empleado respecto de la «nueva secta» y en los cuestionarios que hicieron los fiscales del Tribunal a los procesados. La tercera (1800-1821) es la que abarca el proceso de Independencia, donde se atribuye a la conspiración malévola la causa de la separación.
Por lo anterior, conjeturo que el hecho masónico tuvo tres primigenios medios de presentación en la Nueva España: el primero fue el conocimiento directo de quienes fueron introducidos a la masonería; el segundo fue por participar (escuchar) en reuniones donde se habló del tema; el tercero ocurrió por la lectura directa de impresos masónicos y más por los antimasónicos.
Los impresos dan cuenta que los autores, los lectores y los primigenios escuchas son parte de la clase letrada -clero, abogados y burocracia-. Esto contrasta con el segundo medio de presentación, pues en él la propagación se hizo a través de la lectura en voz alta –los más escucharon- de la prohibición del hecho masónico.
No obstante, el conocimiento común sobre la existencia de la masonería y de la prohibición de la misma, la forma de adquisición configuró comunidades lectoras diferentes. Esto ocurrió porque se dependió del uso que hicieron los enterados e interesados en el hecho masónico. La recepción fue diferente, dado la pluralidad de escuchas y lectores, cuyos juicios en el tema también eran complejos por los intereses de los que atendieron el tema.
En el transcurso del siglo XIX, la masonería continuó siendo asunto de las autoridades y de los individuos que participaron en las logias y en consecuencia en la red de relaciones sociales de la masonería.