El infinito en un junco
El pasado domingo 12 de noviembre conmemoramos el Día Internacional del Libro. A pesar de que la efeméride ya se siente lejana en estos tiempos de instantáneo cambio, me gustaría aprovechar la ocasión para esbozar unas líneas acerca de un libro que me pareció fascinante, pues habla de la historia de ese objeto tan odiado y amado por igual, perseguido y protegido, así como utilizado y olvidado: el libro.
Antes de empezar abro un paréntesis: estoy lejos de elaborar una reseña literaria, tan solo trato de destacar algunos aspectos del texto ya que en una de esas se anima a leerlo.
Hace algunas semanas llegó a mis manos El infinito en un junco (Irene Vallejo, 2019). Fue un obsequio muy atinado que aún agradezco y que, a pesar de ya no ser una novedad editorial, debe comentarse, leerse y releerse en estos tiempos en que se habla tanto de que los libros son una especie en extinción.
Irene Vallejo nos lleva por un apasionante viaje por la invención del libro en el mundo antiguo. Así es, invención. Damos por sentado esta herramienta humana, que nos parece que ha existido siempre en compañía de escolares, profesionistas, gobernantes (en el mejor de los casos) e intelectuales.
Sin embargo, la autora nos recuerda que los libros fueron producto de un largo proceso de evolución histórica que tuvo como eje principal la búsqueda de un método que permitiera la permanencia de aquello que no podíamos confiar a nuestra memoria por su falibilidad. Si seguíamos confiando en la transmisión oral, algún día podría perderse. El anhelo de trascender esta existencia terrenal es tan humano como respirar y fue el libro ese objeto utilitario que se convirtió en el depositario de nuestra memoria colectiva.
Es así que, en el texto, de la transmisión oral de poemas como la Ilíada y la Odisea, viajamos a Egipto para presenciar la invención del pergamino y la fundación de la mítica biblioteca de Alejandría, en el cosmopolita Nueva York del mundo antiguo.
Las páginas del infinito en un junco dan la voz a los lectores de aquellos tiempos, con sus prácticas, manías y costumbres. A los ensayos de prueba y error que llevaron a la elaboración de catálogos y métodos catalográficos que permitieran ubicar fácilmente un pergamino entre un mar de palabras en todas las lenguas. Nos lleva al mundo de aquellas primeras mujeres escritoras, filósofas, poetas; habitantes de un mundo todavía fabricado a la medida del varón.
Irene Vallejo es tan generosa en datos que nos regala testimonios de la época tan evocadores como el hecho de que las bibliotecas del antiguo Egipto poseían el sugestivo y metafórico nombre de “clínicas del alma”; lugares donde se cura la ignorancia.
De Grecia nos lleva a donde conducen todos los caminos, cuando la practicidad romana provocó el nacimiento de las primeras librerías, ancestros de esos negocios que hoy, para muchos, ya no son negocios. Nos narra historias de cómo se copiaban los textos (no existía ni por asomo el copyright), se vendían, se prestaban, se gozaban, se censuraban y se perseguían… entre tantas otras cosas que no abordaré por cuestión de espacio y de sutil seducción: espero al menos despertar su curiosidad para que lo compre y lo lea. No hay paja ni desperdicio, cada capítulo es interesante a su modo y forma, que, por cierto, es lo suficientemente erudita y coloquial como para sentir que estamos charlando con una amiga.
Para finalizar me gustaría decir que Vallejo asesta un apunte tranquilizador: ante los comentarios de quienes aseguran que el libro de páginas tiene una inminente muerte en las redes de la digitalidad, pdf y kindles, ella nos asegura que “cuantos más años lleva un objeto o una costumbre entre nosotros, más porvenir tiene. Lo más nuevo, como promedio, perece antes”. Y así lo vemos, más de 2 mil años de existencia y con milenaria edad, el libro de páginas, de tentador aroma y portátil forma, sigue acompañándonos en este viaje que es vivir.